Comprendo que muchos ya estáis de vacaciones, relajados, sin querer pensar en cosas trascendentes, pero de vez en cuando viene bien el pensar (incluso en verano). Y si tal vez este tiempo tenemos ratos más largos para Dios (siempre que los adelantes, como los dejes para después se convertirá en nunca), no nos vendría mal en pensar en la realidad del juicio. El juicio, la muerte, la gloria, el infierno o el purgatorio han sido temas tristemente relegados en la predicación y en nuestra meditación. Vivimos como inmortales y se nos olvida que nuestra vida está en Dios.
“Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.” El resultado del juicio de cada uno no lo sabemos y la Iglesia lo deja en las únicas manos que puede estar, en las de Dios. Pero lo que sí es cierto es que nos juzgarán. Tendremos que presentar nuestra vida ante Dios, descubrir todo lo que hemos recibido y nuestra falta de correspondencia al amor de Dios. No hay que tener miedo al juicio de Dios, pero no podemos vivir como si no fuera a suceder nunca. La misericordia de Dios es mucho más grande de lo que podremos nunca imaginar, pero hay que aceptarla y acogerla. Podemos llegar ante el Señor y decirle como los israelitas a Moisés: “¿No te lo decíamos en Egipto: «Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto»?” Podemos negarnos a la misericordia de Dios, rechazarla de nuestra vida y dictar sentencia contra nosotros mismos.
El rezar y reflexionar sobre el juicio de Dios no nos lleva a vivir con miedo, sino a vivir entregados. Saber que cada acto de nuestra vida nos puede ayudar a conocer más a Dios y, por lo tanto, el día del juicio ser capaces de reconocer a nuestro Padre del cielo y lanzar nos a sus brazos, hace que cada día sea apasionante, aunque casi no tengamos novedades. Y pensar en el juicio nos anima a vivir la caridad sin medida, a salir de nuestro egoísmo y de la cerrazón del corazón. San Juan de la Cruz nos recuerda que “al atardecer de la vida nos examinarán del amor” y por eso el día del juicio nos tiene que encontrar muy enamorados de Dios y de los demás por Dios. No podemos cerrar el corazón, sino entregarlo.
Tenemos una muy buena “abogada defensora” que no sólo apelará a nuestro favor, sino que ya desde ahora nos enseña a presentarnos ante Dios sin ningún temor. Cuida el trato con nuestra Madre del cielo en este tiempo de verano… y también en invierno.
(Voy a ver si ya funciona la conexión a Internet)