Rut 1,1.3-6.14b-16.22; Sal 145; Mt 22,34-40

Los fariseos preguntan a Jesús sobre el mandamiento principal de la Ley, pues, además de someterle a prueba, es decir, ver si pudieran pillarle en la respuesta, sus más de seiscientas reglas, usos y mandamientos buscaban una ordenación, no todo podía ser de la misma importancia. Era discusión grave entre ellos. Jesús, como tantas veces, sale por las suyas. Les responde con palabras de la misma Ley (Dt 6,5 y Lev 19,18.34), pero su respuesta está bien lejos de sus preocupaciones, y señala otros horizontes.

¿Qué?, ¿un amor blandengue que nos diga lo bueno que es Dios y lo buenines que somos nosotros en el fondo, y que ese Dios fofito nos lo consentirá hagamos lo que fuere? Claro que no. Un amor recio. Exigente. Que implique toda la vida en la pequeñez de sus días y de su noches, como empezamos hoy a leer en el libro de Rut. Con decisiones que empeñan nuestro presente y nuestro futuro,  comprometiendo nuestro caminar y el horizonte en el que nos movemos. El amor que Jesús nos muestra en la cruz. Un amor que viene de Dios, pues tal es su origen, y que, pasando por Cristo, el mediador de todo amor, se nos ofrece a nosotros en el Espíritu. Un amor, pues, por nosotros y para nosotros, en Cristo, por Cristo, de Cristo, como dice san Pablo. Un amor que nos transforma. Viniendo de Dios por Cristo

en el Espíritu, para nosotros, se nos convierte en amor al prójimo, no solo al hermanillo o la hermanilla cercanos, sino un amor expansivo hacia todos. Ama a tus enemigos, porque si solo amas a tus amigos y amigas, ¿qué bien haces?, ¿cómo horneas en el mundo el amor de Dios a todos?

Frágiles, es verdad, somos vasijas de barro, sin duda, pero que contienen un tesoro, tesoro de amor. Sígueme, hemos oído estos días que nos decía el Señor Jesús. Te seguiremos, le hemos respondido; te seguiré, le he respondido. En un camino de oración a nuestro Padre. ¿Seremos capaces de orar como él nos ha enseñado, de pasar las noches en blanco hablando con el Padre, como él hacía? No, claro que no, nos dormiremos como los apóstoles: No habéis podido velar conmigo. Es verdad, no importa, ya lo sabemos, somos recipientes frágiles y, demasiadas veces, agrietados. Mas no importa, allá estaremos, junto a él, en la soledad de la noche, en el yermo despoblado al que él gusta acudir. Es verdad que en ese caminar junto a él, aunque sea a trancas y barrancas, nos exponemos a que los diablos nos asalten con extrañas tentaciones, que casi nos han de aplastar. No importa, estamos junto a él. Él nos salvará de toda caída, de todo pecado, de la muerte. Como podamos, quizá malamente, le seguiremos. Nos cantará el gallo tres veces. Tres veces también le responderemos: Señor, tu sabes que te quiero. Mas él no nos dejará de su mano, pues es el Hijo al que hemos colgado en la cruz, la mayor y más profunda ocasión de odio al prójimo. Él vive en su para nosotros. Todo lo que tiene del Padre, la entera profundidad de su ser Dios, el Hijo, lo tiene para nosotros, en el Espíritu. Por eso podemos seguirle confiados, aun en medio de nuestras fragilidades, que tantas veces nos desmoronan. Porque él está con nosotros, su camino es por nosotros, para que siguiéndole vayamos, junto a él, al Padre Dios. Todo su vivir, todo su morir es para nosotros, viniendo desde Dios.