La pregunta que el fariseo le hace a Jesús es de lo más interesante. Porque a todos nos interesa saber cuál es el cometido fundamental de nuestra vida. Parece que el fariseo se mueve también en el deseo de esclarecer cuál era el más importante de entre los 613 preceptos que se habían compilado en tiempos de Jesús. Pero, al margen de esa discusión de escuela, late la preocupación por la misión del hombre. ¿Qué no puede faltar en nuestra vida?

La respuesta de Jesús es clara: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo u ser”, y añade otro mandamiento semejante a ese, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La Iglesia ha visto, desde sus inicios, que no pueden separarse ambos preceptos. Ahora bien, ¿es posible cumplir estos mandamientos? ¿De qué manera?

Bendicto XVI en la encíclica Deus caritas est ha señalado algunos puntos que iluminan el mandamiento del Señor. Dice: “El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral”. Y es así porque lo que Jesús nos enseña se da en Él de manera excelente. Es Él quien ama a Dios con todo su ser y también quien ama al hombre hasta el extremo. Nosotros aprendemos el amor de su persona. Por eso dice el Papa: “Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva. No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios”. Y señala que de esa manera el amor a Dios y al prójimo, que son inseparables, nacen ambos de Dios, que nos ha amado primero. Por eso no se “trata ya de un mandamiento externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor”. Y Benedicto XVI indica el sacramento de la Eucaristía como el lugar privilegiado en el que nos recibimos el amor de Dios y nos unimos a él, para poder amar a los demás.

Por tanto, el precepto de Jesús, implica acercarse a su persona para entender bien lo que se nos manda y tener las fuerzas necesarias para cumplirlo. Sin esa adhesión a Jesucristo el mandamiento quedaría como algo abstracto. Porque sólo en Jesús conocemos lo que significa amar totalmente a Dios y a los demás hombres.

La primera lectura, del libro del Éxodo, ahonda en el amor al prójimo. Israel, el pueblo elegido, aprende de Dios a tratar con dignidad a los extranjeros. La predilección que Dios les ha manifestado es también norma para ellos. Han de mostrarse hacia los demás como Dios se ha mostrado hacia ellos. El amor que han experimentado les ha de mover a la compasión. En un sentido parecido escribía santa Teresa de Jesús a sus monjas: “si amamos a Dios no se puede saber, mas el amor al prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en este os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene que en pago por el que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar”