Ayer estuve en la visita de obra. Dos horas y media mirando una pared de hormigón (bueno, hice alguna escapada a ver el resto de la obra). Algo bastante aburrido, pero a los arquitectos les encanta. La parroquia va, poco a poco, tomando forma. Lleva miles de kilos en hormigón y hierro, y ahora esperamos unas vigas de ciento cuarenta centímetro de altura. La arquitecta parece que tiene la idea de que no se vaya a caer nunca, y me parece muy bien. Claro que lo de nunca es un tiempo demasiado largo. Basta darse una vuelta virtual por las ruinas de las grandes civilizaciones (que lo de viajar no me lo permite el bolsillo), para darnos cuenta que todas han tenido pretensiones de eternidad y ahora contemplamos unas hermosas ruinas. Sólo el que es eterno puede garantizar la eternidad (aunque espero que la parroquia tenga asegurada unos cuantos cientos de años).

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.” Las palabras de Cristo no pueden pasar, pues es la Palabra e Dios, que está inscrita en el corazón de los hombres de todos los tiempos. Dios sí tiene una palabra eterna, que nunca quedará en ruinas, lo demás pasará. Es muy cierto que algunos quieren acallar la voz de Dios. Provocan muchos ruidos que, como las insolencias que profería el cuerno de la bestia en la visión de David, nos impiden mirar hacia Dios. El ruido de las preocupaciones, el ruido de los problemas, el ruido de nuestra comodidad, el ruido de nuestra falta de entrega, el ruido de la sensualidad o el ruido del egoísmo. En el fondo el ruido del pecado. En ocasiones el pecado nos puede parecer tan invencible como las bestias que nos relata la primera lectura. Pero para superar el pecado sólo hay que pensar y saber que pasará. El pecado no tiene poder de pervivir, por eso nos deja vacíos. puede parecer muy fuerte, pero está preñado de muerte y por eso no tiene ningún poder real. En el fondo del corazón sabes que tienes un ansia de eternidad, a la que Dios da cumplimiento. No hay ninguna vida que no valga la pena. Dios ha asumido en Jesucristo todos los pecados de la humanidad. Desde el hombre más depravado, pervertido, violento y que se desprecia así mismo puede volverse hacia Dios y escuchar esa palabra eterna que toca el corazón. Y todo su pasado, por muy negro que haya podido ser, quedará lavado, renovado. El pecado ya no tendrá ningún poder y podrá cambiar de vida. Cuando el sacerdote dice “Yo te absuelvo de tus pecados” el el mismo Jesús es que dice esas palabras, te enseña las heridas que son tus pecados, pero que Él lleva desde siempre y te libera de ellos. Y entonces, a comenzar con la gracia del espíritu Santo. Con tropiezos, seguro, pero con la firmeza de que caminamos hacia la eternidad, que estamos en buenas manos.

La Virgen engendró en sus entrañas a esa Palabra viva y eficaz. Ella nos susurra al oído esas palabras de su Hijo: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.”