Hch 11,1-8; Sal 41-42; Jn 10,1-10

Nos topamos con el problema gravísimo que se planteó a los cristianos desde el primer momento: ¿una Buena Noticia solo para los judíos que aceptan a Jesús como Mesías, mas guardando las 613 leyes que reglamentaban estrictamente la vida judía? Este problema se hizo sofocante cuando, a partir del año 70, tras la destrucción del Templo, los judíos quedaron reducidos a la secta de los fariseos, que eran quienes cumplían las leyes con más exacto vigor. En la primera de las lecturas de hoy comienza a plantearse el problema, y Pedro, empujado por el Espíritu, se abre a los gentiles, quienes podrán ser cristianos sin hacerse antes judíos y practicar de modo estricto las leyes judías: ¿quién era yo para oponerme a Dios? Las cosas no quedarán claras hasta aquella reunión que conocemos con el nombre de Asamblea o Concilio de Jerusalén (Hch 15). Entre los apóstoles, es Pablo el gran valedor de la apertura a los gentiles.

Jesús mismo es la única puerta de su aprisco. Quien entre a él por otros caminos es ladrón y bandido, que busca solo robar y matar. Solo el que entra por esa puerta es pastor de las ovejas. No hay otro camino. Él y solo él es el lugar donde la cierva busca corrientes de agua viva en su búsqueda de Dios, del Dios vivo. Ninguna Ley, ninguna regla, ninguna red de cumplimientos cubre nuestra sed de Dios. Solamente Jesús es la puerta de las ovejas. Solo quien entre por ella se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. La oración colecta de hoy nos lo dice con meridiana claridad: Dios Padre ha levantada a la humanidad caída por medio de la humillación de su Hijo, y es de ahí de donde nos viene la verdadera alegría, para que quienes fuimos librados de la esclavitud del pecado alcancemos también la felicidad eterna.

Podemos estirarnos de las orejas para crecer y acercarnos a Dios, podemos recrearnos en el bondadoso mecachis qué guapo soy, pues ya me he hecho digno de acercarme a las gradas primeras del lugar en donde está Dios. Nada de eso vale. Nuestro único mérito es el de la fe en la cruz del Señor, nuestra única seguridad es su resurrección, nuestro único aliento es el Espíritu que habita en nosotros. Todo es de Dios y todo se nos da en su Hijo, muerto y resucitado por nosotros y para nuestra salvación. ¡Es tan sencillo!, ¡tan hermoso! ¿Dónde beberemos de esa agua viva que cantamos en el salmo? En su fuente primera: en la cruz de Jesús. Y es ahí en donde, recogidos en la mirada de ternura de Dios, se nos irá dando todo eso que vamos a ir siendo con vistas a la nueva creación. Es ahí donde, con la fe, perdonados los pecados, accedemos ya desde ahora a la vida eterna. Pues, ahora ya, en la temporalidad de nuestra carne, se nos ofrece la ternura del siempre de Dios, la vida eterna. Falta, falta mucho todavía para alcanzarlo, pero se nos dan las arras de esa alegría que nos constituirá en la felicidad plena. Todo ello en Cristo, por Cristo, con Cristo. Él es la única puerta. Nuestro camino de vida, con todas sus líneas de carnalidad, converge hacia esa puerta, una puerta que es el mismo Jesús. Él y solo él es el punto desde el que se nos atrae con suave suasión para alcanzar la plenitud de nuestra vida en la completud del Misterio del Dios Trinitario.