Ya están colocando la fachada del templo parroquial. Es una fachada de un cristal traslúcido, que debería verse blanco pero verdea un poco. Depende mucho como sea la segunda fachada que tiene por dentro, a la distancia que está y si hay ventanas detrás o no. Cuando van quitando los andamios se va viendo mejor pues hay menos sombras por delante y se ve un acabado uniforme, más o menos el efecto que buscaba la arquitecto.

“Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Me gustaría poder decir también yo estas palabras de San Pablo, pero sé que me falta mucho para que deje al Espíritu Santo que eso se haga realidad. Un día me decía un amigo que “los sacerdotes somos de cristal” -como la fachada-, a la vista de todos quedan nuestras miserias y nuestras equivocaciones. Un sacerdote no puede ser sólo fachada pues enseguida muestra sus debilidades, su mal carácter, su egoísmo… . Tampoco ningún cristiano debería ser sólo fachada, parecer bueno o quedarse en un simple barniz de bondad o buenismo. Desde nuestro bautismo hemos sido injertados en Cristo, para identificarnos con él y vivir su vida en la nuestra.

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden”. No podemos convertirnos en un palitroque seco e inútil. Por muy bonito que sea un palo y por mucho que lo barnicemos no deja de ser un palo y sin la savia que viene de la planta es incapaz de dar fruto ni de crecer. Estar unidos a Cristo es necesario en cada momento de nuestra vida, desde la infancia a la vejez. Y cuando se pasan épocas en la adolescencia o en la juventud en que uno se separa de Cristo hay que dejar actuar al Espíritu Santo que como buen jardinero nos injerta de nuevo en el tronco de la vid.

Aunque muchos no se lo crean y piensen que el ser religioso quita a la vida su “alegría”, el estar con Cristo vivifica. Vivir en Cristo significa mirar la vida desde los ojos de la misericordia de aquel que “me amó hasta entregarse por mi.” Con Cristo podemos descubrir una nueva manera de mirar la vida, los acontecimientos, a los otros, a nosotros mismos. Por encima de las miserias y de los pecados Dios me sigue queriendo y me da la gracia para hacer de mi lo mejor, lo que jamás soñé. Ayer el ministro de justicia de España  anunció que quitaría como supuesto para el aborto la malformación del feto. Ya muchos se han echado las manos a la cabeza diciendo que es una barbaridad. Dicho de una manera vulgar son los que piensan que se mueran los feos. Lo importante de una persona no es su aspecto exterior ni su porte, ni tan siquiera el que tenga dos brazos o dos piernas. Siendo amado y siendo capaz de amar todo lo demás sobra. A un amigo le dijeron que iba a tener un niño que era un monstruo, un cacho de carne incapaz de vivir por si mismo y que lo mejor era abortar o eran unos padres sádicos. Ellos decidieron seguir adelante con su embarazo y cuando naciese bautizarla y darle todo el amor que pudieran durante las horas que viviese. Unos valientes para algunos, unos locos para otros. El año pasado la niña hizo su primera comunión y no tiene ni tuvo nunca ninguna malformación. ¿Quién era el sádico? Pienso que el médico. Así es vivir en Cristo, donde nadie ve esperanza se descubre la esperanza y aunque hubiera sido maltrecha a los ojos de los hombres sería una joya a los ojos de Dios.

La Virgen nos enseña ano vivir sólo hacia afuera, sino que nuestro exterior sea reflejo de nuestro interior, unidos a Cristo como el sarmiento a la vid.