¡Pobre San Pablo! Hoy muchos le meterán en batallas que no son suyas, hablando sobre la dignidad de la mujer, su papel en la Iglesia y lo discriminadora que es y un montón de líos más. Al mismo que ensalzan por sus palabras (inspiradas todas por el Espíritu Santo), sobre el amor en la carta a los Corintios ponen verde en su carta a los Efesios. No me voy a meter en debates históricos sobre la concepción del matrimonio antes de Cristo, simplemente decir que lo que ahora vemos normal -que el hombre y la mujer se amen-, no era tan típico en aquellos tiempos. En ocasiones damos las cosas por supuestas y no pueden serlo tanto. Ayer me llamaron por la noche a dar una unción de enfermos al hospital. Me encuentro una madre rodeada de un hijo, su nuera y sus nietos. Desde fuera una familia normal. Después del sacramento hablamos. Los dos hermanos hace casi dos décadas que no hablan, la madre tuvo tres matrimonios (que parece no gustaron demasiado a sus hijos), y la última petición consciente de la moribunda fue que no se avisase al otro hijo de su fallecimiento. ¡Una familia feliz! A veces damos por supuesto lo que no lo es tanto.

“En aquel tiempo, decía Jesús: – ¿ A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas”. El mal es muy llamativo, espectacular, como unos fuegos de artificio que explotan ruidosamente y luego se quedan en nada. El bien suele comenzar pequeño, inadvertido para muchos, pero va creciendo y se expande. Muchas veces cometemos la equivocación de intentar pensar en grandes obras buenas, en faraónicos proyectos para cambiar el mundo que al final o son irrealizables o se vician de raíz. Cuando vemos la obra de los santos miramos el final y nos solemos saltar los años de oración, penitencia, fracasos y vueltas a empezar de los primeros años. Por eso cuando te plantees cambiar el mundo empieza por lo que puedes abarcar.

“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia”. ¡Os imagináis que todos los matrimonios católicos del mundo vivan el mismo amor de Cristo a la Iglesia? ¿Que no duden en dar la vida el uno por el otro, en desvivirse? Sin duda alguna el mundo cambiaría. Tal vez alguno piense que quiere “hacer más”, si no es por protagonismo y Dios se lo pide, lo hará…, pero si no colocas la primera piedra jamás colocarás la segunda.. Y si Dios te pide que sólo coloques una piedra, colócala con toda perfección. Tal vez no lo veas y nadie en esta tierra te lo agradezca, pero el grano de mostaza irá creciendo y la levadura fermentando toda la masa.

Es tiempo de nueva evangelización, es tiempo de fidelidad. Pidámosle a la Mujer, a nuestra Madre la Virgen, la misma fidelidad en lo pequeño que tuvo ella. En la Iglesia, bajo la mirada de Cristo, lo más pequeño es lo más grande, pero hay muchos que no se enteran.