El Apóstol Pablo no tuvo una vida cómoda. Su labor misionera y evangelizadora le condujo por los difíciles caminos del Imperio, que además no eran nada seguros por entonces. Pero además en varias ocasiones fue castigado con azotes y conoció la cárcel. Muchas veces se vio privado de todo, incluso sufrió un naufragio que lo mantuvo largas horas en alta mar. Sin embargo, él que no buscaba ni una vida cómoda ni una sucesión de aventuras, jamás se queja de las contrariedades con que se ha encontrado por servir al Evangelio. A veces, y con una intención eminentemente pastoral, llama la atención a los destinatarios de sus cartas por su comportamiento. Pero Pablo nunca se pone en el centro de la historia que está viviendo. Lo importante es Jesucristo y que sea conocido por todos los hombres. Al servicio de esa misión vale la pena desgastarse y arrostrar privaciones y peligros. Sin embargo san Pablo no puede dejar de recordar a los filipenses que es bueno que le ayuden cuando pasa necesidad. Y señala que ese gesto para con él será recompensado por Dios.

Leyendo esta carta del Apóstol podemos ver que hay personas que están especialmente llamadas por Dios a una misión en la Iglesia. De hecho no son pocos los santos en los que podemos reconocer la audacia, la capacidad para el sufrimiento, la entrega,… y otras cualidades que hoy vemos en san Pablo. Hay personas con dones especiales que realizan acciones que podemos denominar heroicas. Pero todos estamos llamados a colaborar según nuestra medida. No puede faltar nunca la oración, pero tampoco la ayuda económica o apoyos de otra clase. Porque la misión de la Iglesia es cosa de todos. De vez en cuando, en nuestras parroquias, tenemos lo que se llaman colectas especiales (Domund, Manos Unidas, Seminario, Caritas,…). Normalmente no se nos habla sólo de una actividad apostólica o social que realiza la Iglesia, sino que nos es posible contemplar o conocer rostros de personas concretas que están consagradas en esa misión. Son ellos los que llevan el peso de la acción y nosotros, desde la retaguardia, les damos nuestro apoyo.

Pero nos equivocaríamos si pensáramos que salen adelante principalmente por nuestra ayuda. San Pablo nos dice: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Toda la fuerza del apóstol proviene de su pertenencia a Cristo. El mismo que le ha llamado para que esté a su servicio es quien le sostiene en el trabajo diario y también quién le ayuda a superar obstáculos que, a primera vista y según nuestras solas fuerzas, resultan insalvables. En el Señor se esconde el secreto de todo éxito, de la perseverancia, de la imaginación para encontrar salidas donde parece que no las hay, de fortaleza ante situaciones extremas. Todo proviene del Señor.

Ahora nos encontramos en medio de una gran crisis económica. Sabemos por las noticias, o quizás lo vivimos nosotros mismos en nuestra personas o en seres queridos, lo que significa pasar por momentos de privación. Algunos no estamos acostumbrados a ellos y se une al hecho objetivo de la carencia de bienes o de la falta de trabajo, la dificultad para aceptar la dificultad. Es un momento para aumentar nuestra confianza en Dios y para darnos cuenta de que toda nuestra riqueza está en Cristo. Que Él es lo fundamental de nuestra vida, lo único que no puede faltar. Desde Cristo podemos superar las dificultades y también, unidos a su corazón, podemos encontrar la manera para ayudar mejor a todos los que, a nuestro alrededor, sufren con mayor intensidad las dificultades del momento presente.