Hch 2,14.22-23; Sal 15; Mt 28,8-15

Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, lo matamos en una cruz. ¿Ellos?, y nosotros, ¿qué? Sin embargo, el Señor nos protege y no nos lo toma a cuenta. Murió por todos; para ellos y para nosotros. Él, en las cosas que están aconteciendo, me enseña el sendero de la vida, en el que recobro la imagen y la semejanza que perdí. Semejanza del Hijo; imagen del Dios trinitario. La cruz entraba en el designio de Dios, y ella resplandece con toda su fuerza, con la fuerza del Espíritu, en el sepulcro vacío. Los apóstoles y las mujeres que marchaban con Jesús, tras la cruz, se encaminaban al sepulcro. Jesús les sale al encuentro y les dice: Alegraos. Alegrémonos nosotros con ellos, porque también nos sale al encuentro a nosotros y pronuncia esa palabra asombrosa. Alegraos porque vivo, porque la muerte no me venció; yo la vencí a ella y también al pecado. Era designio de Dios el camino del sufrimiento, el inaudito camino de la cruz. Porque en su designio todo no terminaba en la muerte y en el pecado, sino en la vida: Jesús es el Viviente.

¿No soy yo quien lo resucitaría en mis quereres, de modo que, en mi designio, Jesús, aunque bien muerto y enterrado, siguiera viviendo en mi interior? Nosotros, tras lo visto con él y de él, nos haríamos sus intérpretes y querríamos vivir como él. Él nos habría enseñado con su vida y su muerte cómo debe ser nuestra vida y nuestra muerte. Así, él, solo en mí, se habría hecho realidad viva. Nuestro realismo no debería ir más allá. Solo en mí viviría por siempre. En la cruel realidad, Jesús murió en la cruz y quedó enterrado. Nosotros ahora viviremos en una realidad interior que nos hace vivientes en Jesús.

Qué tristeza si las cosas fueran así, porque, en definitiva, la imagen y la semejanza serían de mí mismo. Todo se cocería en mí mismo. Cristo habría resucitado en mí; pero él, su él de verdad, habría muerto en la cruz para siempre. El designio de salvación, por tanto, sería cosa mía y solo mía, por mí y para mí, al afirmar que ese designio mío me cambiaría y me libraría del pecado y del miedo a la muerte.

¿Designio de Dios? No, deberíamos decir, el único designio es lo que el Creador ha pergeñado para nosotros al principio. Sí, es cierto que todo ha salido de su voluntad libre y creadora, pero todo quedaría en lo dispuesto desde el comienzo para que siga sus propias maneras y leyes. El designio de Dios sería el discurrir natural de las leyes que ha puesto en el universo. ¿Resurrección? No cabría, se saldría de la legalidad del universo. Sí, en cambio, que la resurrección de Jesús fuera nuestro propio designio personal y voluntario. Así, habría resucitado en mí, en mi deseo, en mi imaginación, no en la realidad del mundo.

Muchos, entonces y ahora, cuando no dicen que todo es pura patraña, se quedan ahí, conformándose. Les basta con su propio designio. Pero ese no es el designio de Dios, quien no entregó su Hijo a la muerte, haciendo que la carne de Jesús volviera a la vida para ascender al seno mismo de la Trinidad Santísima. Este designio nada tiene con un hagamos-como-si las cosas se pudieran salvar en nosotros, en nuestro ser de imaginación; como si pudiéramos volar con nuestras alas de pluma. Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe.

El designio es de Dios. Designo de realidad. Designio de vida, de modo que Jesús, ahora, es el Viviente.