Hch 4,13.21; Sal 117; Mc 16,9.15
Muchas veces los jefes que quieren mandarnos actúan así: bajo fuertes amenazas os prohibimos que habléis. ¡Insensatos los que operan así! ¿Cómo podríamos callarnos cuando hemos visto a Jesús resucitado, cuando le tocamos y metemos las manos en sus heridas, cuando sentimos en nosotros que la gracia del Señor nos envuelve y penetra dentro de nosotros para que, según nos manda, como Iglesia, vayamos al mundo entero y proclamemos el Evangelio a toda la creación? ¿Cómo habríamos de callarnos? ¡Cuidado!, nos dicen, que te juegas la vida; conseguiremos que todos te menosprecien como si fueras un bobo de marca por creer en esas pamplinadas, por no estar con los que nos mandan de manera tan cuidadosa y sutil. No te invitaremos a que hables entre los escogidos. Nos reiremos de ti y haremos que todos te menosprecien. No te invitaremos a los lugares en donde los poderosos te compran para que te sujetes a lo que ellos quieren de ti. Pero ¿cómo callaré cuando el Señor es mi fuerza y mi energía, cuando él es mi salvación?
Ese nombre se ha hecho con nosotros para siempre por la gracia que en la cruz adquirió para nosotros de su Padre. Murió por nosotros y por nuestros pecados, alcanzándonos la vida eterna, la vida con él en el seno de su gloria; mas por la gracia somos justificados de modo que ya no somos lo que éramos, o, mejor, volvemos a ser en novedad absoluta la plenitud en la que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. No es una vuelta atrás. Es una llamada desde ese punto de atracción que es la cruz, en donde vemos el cuerpo resucitado de Jesucristo, el Hijo, quien con suave suasión estira de nosotros atrayéndonos a sí por la gracia de quien es nuestro Redentor. Siendo así las cosas, ¿cómo callaríamos? En el presente en el que estamos, porque ¿dónde estamos si no es en el presente?, hacemos memoria: Haced esto en memoria mía, y vivimos ya en el futuro que llega a nosotros en este presente. Curioso lo que nos acontece. Ni bajamos al infierno de lo que fuimos, ni siquiera volvemos al vientre de nuestra madre, sino que en nuestro presente, pues no vivimos ni somos en ningún otro lugar que en este presente en el que estamos, vivimos ya circunvalados por el futuro de salvación que en la cruz de Jesús, muerto y resucitado por nosotros y para nosotros, se nos ofrece y estira de nosotros de modo que vivamos una vida nueva. Así, la nuestra será una mirada que abarca desde la memoria que se nos dona en los senos de eso que somos, viviéndolo en la profundidad del presente, hasta el futuro adviniente en la gracia que se allega a nosotros para que seamos eso que como creados a imagen y semejanza nos corresponde en plenitud. De este juego maravilloso que destila el espectáculo de la cruz, justificados por la gracia, anhelantes de eso que llega a nosotros, el Reino de Dios, iremos al mundo entero y proclamaremos el Evangelio a toda la creación. A hombres y mujeres, a viejos y niños de todo tiempo y lugar, pero haremos aún más, como san Francisco de Asís y san Antonio de Padua predicaremos a pájaros y pececillos, a nubes y astros, a toda criatura que ha sido creada por quien nos dona eso que parecíamos haber perdido: la imagen y semejanza que recobramos mirando a Cristo muerto en la cruz y resucitado de la muerte.