Hoy celebramos la fiesta de San Isidoro, Obispo y Doctor de la Iglesia. Ayer era un Evangelista, Marcos, y hoy un Doctor. En los diferentes santos se va mostrando la riqueza de la Iglesia. San Pedro Damián, en un sermón predicado en la fiesta de san Jorge, señalaba: “La fiesta de hoy, queridos hermanos, aumenta la alegría de la gloria pascual, al igual que una piedra preciosa, con su propio fulgor, hace resplandecer el oro en que la han incrustado”.
Lo que dice de los mártires se puede decir de los doctores, y de cualquier santo. Son como piedras fijadas en el oro de la Iglesia, y la embellecen. A través de los santos Dios nos muestra su benevolencia y también nos muestra caminos seguros de vida cristiana. Cumplen una misión en el tiempo en que viven. Por eso dice de él San Braulio de Zaragoza: “Parece como si Dios lo hubiera suscitado en los tiempos actuales, tan calamitosos, como un canal de sabiduría antigua, para que España no se hunda en la barbarie”. Porque san Isidoro fue un gran estudioso, autor de una obra que había de tener gran influencia: Las Etimologías. Pero, los santos, quedan también como señales para las generaciones futuras. Por eso nosotros los celebramos y admiramos en ellos la misericordia de Dios al tiempo que nos acogemos a su intercesión protectora.
Por eso en los santos vemos la realización de lo que Jesús dice en el Evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo”. Somos luz, porque participamos de Jesucristo que es la Luz. La liturgia pascual que han resuena en nuestro interior nos hace recordar la bendición del fuego y el Cirio Pascual, que aún vemos en los presbiterios de las Iglesias. Jesús nos ha hecho partícipes de su luz. Recordemos las pequeñas candelas que encendimos aquella noche del Cirio Pascual o la vela que el padrino prende en la ceremonia de bautismo. Somos luz porque participamos de su luz. Cada cristiano es una lámpara que ha de alumbrar su entorno.
Jesús señala el fin de esa luz que hemos de irradiar, porque el quiere que así sea: “para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. El Señor no sólo nos salva sino que nos orienta a ser medio para la salvación de otros.
El otro día tuve la oportunidad de conocer a un filósofo español bastante famoso. No voy a dar su nombre. Estuvimos hablando amigablemente un buen rato. Es un hombre de innegables cualidades intelectuales, pero todo su pensamiento conduce al nihilismo. Fijándome en él percibí que era como un monje, por su austeridad, su modo de vestir, su disciplina… sin embargo a su alrededor crecía la oscuridad. Eso nos puede pasar a nosotros. San Isidoro es un ejemplo de lo que nos pide el Señor: una vida entregada totalmente a Él, que dio innegables frutos tanto en lo cultural como en lo apostólico. No escondió la luz que había recibido ni se la apropió indebidamente. Sabía de dónde procedía lo que había recibido y a qué se ordenaba.