Hch 17,15.22-18.1; Sal 148; Jn 16,12-15

Pobre Pablo, con lo bien que había preparado su estrategia de predicación en Atenas, pequeña ciudad que refulgíó como centro de pensamiento; lugar de la filosofía, entonces rebosante de epicureísmo y de estoicismo, y a la caza de todas las divinidades posibles. Por eso. fijándose en el altar al Dios desconocido, entra en la atención de los areopagitas: al que veneráis sin conocerlo, yo os lo anuncio. Y dirige un cuidado discurso en el que se entremezclan en filigrana palabras de filósofos entonces en el candelero. Él predica al Dios que deben buscar, para que, al menos a tientas, lo encuentren, pues en el vivimos, nos movemos y existimos, palabras que se hacen eco del antiguo poeta Epiménides; igualmente, continúa, somos estirpe suya, palabras de Arato, otro poeta, y tal vez de Cleantes de Asos. Mas el hombre se equivoca en la idolatría, porque crea a los dioses esculpiéndolos con su propia mano. Antes, Dios disimulaba, como si no viese la ignorancia moral y religiosa de los hombres, entonces excusable; pero los tiempos han cambiado radicalmente, dando por supuesto que ahora la ignorancia es culpable, hay que arrepentirse y convertirse (Manuel Iglesias). Pablo cuida sus palabras, construidas al modo de la cultura griega, mostrando esa parte tan importante de su doble educación, que en él tenía importancia singular junto a su amplia cultura farisaica. Ha llegado el ahora en el que Dios manda a todos los hombres en todas partes que se conviertan.

¿Qué ha acontecido para que estemos en esta nueva situación? Estamos viviendo un ahora nuevo y definitivo. Dios ha señalado un día en el que juzgará el universo con justicia por medio del hombre designado por él. Asombra cómo el discurso de Pablo va pasando de lo general y encontradizo a la predicación de una persona en la que Dios se nos revela, sin que todavía haya pronunciado su nombre. Será él quien en este ahora juzgará al universo con justicia. La prueba que da Pablo no es un nombre, sino una acción: Dios lo ha resucitado de entre los muertos.

La cultura griega en la que se zambulle Pablo en el Areópago hace que los modos de la presentación del Dios revelado en Cristo, sean muy diferentes. No puede hacer ver que la Escritura se cumple en él; que cuando murió en la cruz, pudo decir: Todo se ha cumplido. Los griegos, los pensadores griegos, no pueden meterse de sopetón en el modo de comprender a Jesús que viene de los judíos. Deben aventurarse nuevas vías. Y esto lo hace Pablo en  su discurso ateniense. El punto clave va a estar en la resurrección, pues es en ella en donde se muestra la prueba de la verdad de lo que dice sobre Dios. Ese punto de llegada es el mismo que en su predicación que llamaré judía, pero parte de otros supuestos, más en consonancia con la filosofía que tomaba cuerpo en la cultura griega. Todo ello para llegar al mismo ahora; un ahora en el que parece que las cosas se precipitan, encontrándonos con el día del juicio en el que Dios juzgará al universo con justicia. Es la resurrección de quien Dios ha designado en donde encontramos la prueba de nuestra justificación. Pero al oír resurrección de los muertos, todo cayó en chirigota.

Vendrá el Espíritu de la verdad, quien nos guiará a la verdad plena. Este es el ahora en el que judíos y griegos nos encontramos: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.