Hoy tengo que ir a un acto al que asiste la Princesa de Asturias, me parte un poco la mañana, pero asiste a un centro de disminuidos psíquicos y físicos que está cerca de la parroquia, son buenos amigos y habrá que acompañarles un rato. Por supuesto hemos tenido que confirmar la asistencia, mandar el documento de identidad, estar bastante rato antes y cumplir todas las obligaciones del protocolo. No me parece mal, aunque para alguien que todos los días tiene en sus manos al mismo Dios no es mucho encontrarse con personas importantes por razón de su cargo.
“Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: -«¿De qué discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»” Dios siempre desconcierta. La grandeza de Dios encarnado nos muestra que lo más pequeño es lo más importante y que Dios está en lo más humilde. Preparamos muchísimo la recepción de alguien importante, pero resulta que luego llegamos tarde a Misa, o tenemos la cabeza en otro sitio, o retrasamos el rato de oración o lo hacemos deprisa y corriendo o mientras conducimos, atrasamos la visita a ese enfermo que nos espera o la llamada a aquel amigo que sabemos que lo está pasando mal. Un ejemplo claro lo tenemos en tantos y tantos que se van a vivir juntos, se llaman y son católicos, pero no celebran el sacramento del matrimonio por no poder invitar suficientes amigos y así dejan fuera al que es el fundador y base de su amor, al mismo Dios. Abandonamos a Dios en las pruebas olvidando que “Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido. Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza, porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza. Confía en Dios, que él te ayudará; espera en él, y te allanará el camino”.
Y Jesús pone a un niño en medio y nos desconcierta. Nos recuerda que para entenderle hay que tener ratos a solas con él, saber escucharle y saber vivir en la Iglesia…, si no Dios no nos será desconcertante sino un extraño.
María comprende a ese Dios que desconcierta, pero se fía de poder encontrarlo hasta en ese niño débil y pequeño que mantiene en sus brazos. Déjate desconcertar por Dios.