2Co 12,1-10; Sal 33; Mt 6,24-34
Dichoso el que se acoge a él. Hermosas palabras del salmista que, como tantas veces, nos hacen entender por qué el libro de los salmos es la estructura en la que se teje la oración de la Iglesia, desde que los antiguos monjes de Egipto y de Siria lo recitaban entero cada día, sabiéndoselo de memoria, como acontecía con toda la Escritura. Qué flaca es, en cambo, nuestra estructura de memoria.
Pablo se espanta de las revelaciones que el Señor le ha hecho y de las que, sin duda, podría presumir. Pero no, él solo quiere fijarse en sus debilidades, y eso que si quisiera vanagloriarse no haría el tonto, diría la pura verdad. Pero, ¡ay!, como compensación, no sea que se llene de soberbia, el Señor le ha metido en la carne una espina: un emisario de Satanás, dice, que me apalea para que no sea soberbio. Y esta lacra no se la quita de encima ni pidiéndoselo al Señor: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad, es su respuesta, que nos dejan turulatos: Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Magnífico Pablo.
Podría mirarse al espejo y decir con verdad: mirad qué guapo soy. Pero sabe muy bien que eso es tonta vanidad que a nada nos lleva, excepto a alejarme del Señor y de los hermanos. A ambos solo puedo acercarme con mirada de misericordia, arrebujado en mi propia debilidad. Porque la fuerza, si la hay en lo que hago, no es mía, sino del Señor. Por eso, también nosotros podremos presumir de nuestra debilidades. No somos nosotros el quicio. Nuestras palabras pueden proclamar la Palabra, bien está, es cosa hermosa y debida, pero eso no hace que sea a nosotros a quien haya que mirar. Vive Dios que no, pues al hacerlo así, solo se verán mis debilidades y pecados y ello perturbará el anuncio de la Buena Nueva. Porque la evidencia se cae por su peso, incluso esas revelaciones a las que se refiere Pablo y que lo hacen un genial apóstol, él, que solo había conocido a Jesús cuando se le aparece camino de Damasco: Pablo, por qué me persigues, cuando a quien perseguía era a la Iglesia, enemiga de su Ley, no son cosa suya, sino del Señor. Él es mero instrumento de la palabra. Y Pablo es muy consciente de ello. Todos los santos lo han sido. Nunca se han mirado al espejo para presumir de sí, sino que su mirada ha sido siempre de misericordia. ¿No es la santidad, precisamente, que nuestra mirada sea misericordiosa, como lo es la del Padre Dios?
Desde ahí, todo se entiende. ¿Agobiados?, ¿por qué lo estaríamos si el Señor nos mira con ternura? Lo que necesitemos, él nos lo va a dar, ¿no estamos de continuo pidiéndole que nos dé el pan de cada día? ¿Agobiados?, ¿cómo, si nuestro Padre celestial nos cuidado a la manera en que mira a los pájaros, con dulzura? ¿Agobiados?, ¿mirad los lirios cuya belleza está por entero en las manos de Dios? Gentes de poca fe, no andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. No os afanéis, dadlo todo, pues el Padre sabe nuestras necesidades. Nuestra mirada de misericordia busca el reino de Dios y su justicia, todo lo demás se nos dará por añadidura. Gustad y ved qué bueno es el Señor.