Gn 13,2.5-18; Sal 14; Mt 7,6.12-14
Jesús en el evangelio de Mateo parece que acentúa la parte moral de nuestra vida, de nuestro comportamiento. Porque, es obvio, cada evangelista tiene su manera de narrar. Los evangelios, gracias a Dios, nunca son escritos notaría, sino que relatan la historia de Jesús a su manera propia. Ellos son autores de su narración, poniendo cada uno énfasis en lo que le parece más importante para su relato; contándolo cada uno con sus palabras y modos; cada uno con una finalidad teológica propia para hacer llegar la Buena Nueva como interpreta que es la mejor manera, cada uno desde el lugar predicativo en el que se haya y contando con las personas y comunidades cristianas a las que busca dirigirse. Pues bien, Mateo tiene esa cercanía a los comportamientos morales; se dirige a cristianos que habían sido judíos anteriormente, y que, por ello, estaban especialmente marcados por la cuestión de los comportamientos. De hecho, hasta nosotros ha sido siempre el más leído y comentado de los tres evangelios sinópticos. Hoy, sin embargo, se notan preferencias por la brusca irrupción primera del evangelio de Marcos y por la fuerza literaria del relato de Lucas, que busca una biografía de Jesús.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Resumen perfecto, nos dice Jesús, de la ley y los profetas. Porque es decisivo saber de qué manera se cumplen los Escrituras en Jesús, y, por ello, en nosotros. Ese cumplimiento se da en una manera de proceder. En Jesús, un modo de aceptar la fuerza del cumplimiento de lo anunciado desde antiguo que le va llevando a la estrechez de la puerta con la que se topa en su vida pública; el camino se le va enrareciendo y al final solo queda una puerta de estrechez estremecedora: la cruz. Sin embargo, Jesús trató a todos como querían que les tratara: cumpliendo la ley y los profetas. De nada pareció valerle, porque, quizá, atacó brutalmente a quienes dejaban los caminos estrechos para sus predicaciones, de modo que fueran los demás, los pequeños, los pobres, los poco importantes, los que lo cumplieran, mientras ellos, los prepotentes, los seguros, los que decían mandar en las cosas de la ley, andaban por las autopistas de la manga ancha. No podía callarse, y no se calló. Hipócritas. Ancha y espaciosa es la puerta que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Hipócritas, que decís cumplir cuando todo es puro engaño. Hipócritas, os alejáis de la vida y conducís vuestros pasos a la muerte. Creéis que con marcar el camino estrecho a los demás, habéis cumplido vosotros. Hipócritas. Jesús, en el evangelio de san Mateo, fustiga a los cumplidores de boquilla con una solemne continuidad que nos sorprende y con un vigor que nos deja pensativos. ¿Acaso, Señor, hago yo lo mismo?
¿Cómo subiré por el camino angosto al monte que tú has escalado para dejarte clavar en la cruz? ¿Cuáles son mis caminos?, ¿no desparramo en ellos comportándome como no debiera, como si fuera un hipócrita más que se añade a la larga lista repleta con los nombres de los beatones insinceros y comediantes sañudos del comportamiento? Señor, no me dejes de tu mano. Ayúdame a escalar por ese camino estrecho por el que tú vas, para que, al llegar arriba, te acompañe en la cruz. Camino estrecho, ¿cómo podría caminar por él yo solo? Si tú no me llevas de tu mano, ¿qué podré hacer?