Hch 12,1-11; Sal 33; 2Tm 33,2-3.4.5.8-9; Mt 16, 13-19

Si la Iglesia fuera un conjunto de comunidades desguazadas, esta escena de Mateo, y tantas otras del NT que tratando de Pedro se le asemejan, serían cosa de poca monta, un si es no es de primacía de sillerías: mi cátedra antes que la tuya, tu cátedra antes de la mía, mi poder antes que el tuyo. Pero si la Iglesia de Dios y de Jesucristo, de la que nos habla la primera línea del NT, es sacramental, se construye en lo que salió del costado de Cristo, muerto en la cruz por y para nosotros, entonces ella es esencial en nuestra vida de fe y de personas justificadas del pecado por la gracia. Si la Iglesia se construye en esa mirada de misericordia con la que Jesús pone sus ojos sobre nosotros desde la cruz, de parte de Dios su Padre, la cuestión de la roca en la que edificamos nuestro ser es decisiva. Ni la fe es cosa de mi mera individualidad ni la justificación es algo que nos viene de Dios alcanzando a mi persona solo en la mera conectividad de individuo. Porque la fe y la justificación están repletas de miradas expresivas, de tocamientos llenos de congoja y de alegría, de palabras, de sangre y agua, de bautismo y eucaristía. Ambas se me dan en la Iglesia, porque esta es sacramental. La Iglesia de Dios y de Jesucristo se construye en la carne de Pedro y de los demás apóstoles, en su sangre martirizada, en las Escrituras que nos dejaron. Hablan de Tradición, y muy bien hecho. Estamos inmersos en una tradición de palabras y de actos que nos viene desde aquellos primeros tiempos; desde que el Espíritu bajó sobre sus apóstoles, y luego sobre nosotros, a manera de lenguas de fuego. No es solo un pequeño Espíritu que nos llega individualmente desde Jesús por la lectura de esas Escrituras y por los revolcones individuales que provoca en mi interior. Por supuesto que está muy bien que así sea, pero no se trata solo de eso, pues la Iglesia es esencialmente sacramental, una tradición de carnes que nos llega desde el momento de Pentecostés, y a la que Jesús en las Escrituras que nos lo transmiten le da importancia fundamental. Cuestión de tocamiento de carnes. Tradición de carnes asentadas sobre la roca de Piedra, que tal es el nombre nuevo de Simón. Es esencial darse cuenta: cuando en los textos que nos han transmitido a Jesús se habla de las Escrituras, se refiere, no podía ser de otro modo, a lo que llamamos AT, pero, luego, la Iglesia nace escribiendo un complemento último y decisivo de manera que sus escritos son también Escritura: el NT. Escrituras escritas en y por la Iglesia naciente. Por ello, aun cuando dijéramos que lo nuestro es la sola Escritura, nunca podríamos olvidar que ellas son escritas por la Iglesia, la comunidad de quienes reciben el Espíritu de Jesús. Por ello, Simón Pedro es roca en la que la Iglesia se edifica. Una Iglesia cuya cabeza es el mismo Cristo.

En el evangelio de Juan encontramos pasajes que marcan lo que es la Iglesia. Nace de la lanzada en el costado de Cristo muerto, de cuyo pecho salen sangre y agua. Y adquiere el definitivo sígueme tras esa escena de una suave melancolía llena de esperanza en la que Jesús, en presencia de los discípulos, pregunta a Pedro por tres veces: Me quieres. Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te queremos.