La primera lectura y el evangelio de este domingo nos recuerdan la importancia de la humildad. El padre Orlandis decía a sus dirigidos que habían de tener “humildad humilde”, refiriéndose al peligro de que esta fuera afectada. También , a veces, se habla de “falsa humildad”. Todos sabemos que ser humilde no es nada fácil y que no podemos reducirla a una pose estratégica.

En el evangelio Jesús nos señala dos direcciones. Por una parte nos dice que no hemos de buscar los primeros puestos, ni ensalzarnos. Este es un peligro muy grande. Benedicto XVI se referió a los clérigos que buscaban hacer carrera como si ese fuese casi el único móvil de su ministerio. Por otra nos invita a estar atentos a aquellos de los que, en este mundo, no podemos recibir nada. La imagen que utiliza del banquete es extrapolable a muchas otras situaciones. Porque nos es fácil ayudar a quien puede agradecérnoslo, pero no al que quizás no nos corresponderá nunca. Y lo mismo sucede cuando se nos encarga algo que consideramos humillante por nuestra preparación o posición.

El cardenal Merry del Val cada día rezaba las letanías de la humildad. Hace poco un amigo mío, padre de varios hijos, sufrió una humillación muy grande en su trabajo. No sólo le rebajaron la responsabilidad sino que incluso hicieron caer sobre él la sombra de la sospecha. Andaba aquellos días turbado y su hijo mayor le dijo: “papá muchas veces hemos rezado juntos las letanías de la humildad y ahora estás así”. El padre respondió: “tienes razón hijo, vamos a rezarlas de nuevo”.

La humildad es una virtud especialmente agradable a Dios porque le permite darnos más gracias y trabajar en nosotros. Es verdad que es difícil decir sinceramente “voy a ser más humilde”. Parece que es mucho mejor pedirlo simplemente al Señor ya que, como señalaba San Josemaría, la verdadera humildad aparece cuando otros nos humillan.

El Hijo de Dios se humilló por nosotros, tanto en la encarnación como en la muerte en la cruz. Por eso para los humildes es más sencillo encontrarse con Él. De alguna manera se encuentran en el mismo territorio.

Por otra parte, en la segunda lectura, se nos indica nuestra altísima dignidad. Comparando la experiencia de Israel con la Nueva Alianza se nos muestra todo lo que hemos recibido de Dios. Esa misericordia desbordante que se ha derramado sobre nosotros no responde a nuestros méritos. Procede de la liberalidad divina. Nunca podemos olvidar que hemos sido salvados por pura gracia. Vernos ante Dios, en nuestra pequeñez y en su grandeza, nos ayuda a perseverar en el camino de la sencillez. Porque la humildad conlleva que dejemos que se manifieste la gloria de Dios. De esa manera se hace bien a los demás y también nuestra vida es más verdadera. Por eso un buen criterio es pensar siempre, en lo que hacemos, no cómo vamos a quedar nosotros, sino de qué manera va a resplandecer la gloria de Dios.