Muchas veces encontramos en los periódicos noticias de personas corruptas. Ya sea en empresas privadas o servidores públicos que, aprovechándose de su cargo, se lucran personalmente. Ante la corrupción todo el mundo se escandaliza y esgrime el “yo no, él”…, mientras que en el fondo pensamos que todo hombre tiene un precio. Para evitar la corrupción se hacen leyes anticorrupción que ponen penas más duras a los corruptos, pero siempre queda en el ambiente el “Y si no me pilan”.

El Evangelio de hoy nos habla de un corrupto: “Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes”. Al ser despedido sólo reacciona cuando piensa en su futuro: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza.” El futuro de su amo o de las personas que había defraudado le dan igual sólo es capaz de recapacitar cuando piensa en “SU” futuro. Y responde desde lo que es, promoviendo la corrupción, el fraude y el engaño. “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.”

El final del Evangelio de hoy puede parecer desconcertante si no lo miramos con los ojos de Cristo.

“Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.”  ¿Cuál es el dinero injusto? Los dones que no hemos merecido, sino que gratuitamente hemos recibido y que en ocasiones podemos tener la tentación de guardarnos para nosotros mismos, no ponerlos en juego por los demás. “dad gratis lo que habéis recibido gratis.” No podemos guardarlo para nosotros. No pienses que son grandes dones que hacen que los demás nos adoren, son las cosas pequeñas del día a día: “El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado”.

“Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?” “Lo que vale de veras” Si por dinero la gente se humilla, se degrada, madruga, ruega, mata, se arrastra, se vende…, y no se lo lleva a la tumba, ni le sirve para alargar un día más su vida, ni para que le amen más de verdad, ni para llegar a la vida eterna, si el dinero vale tan poco y no es de fiar ¿Cómo le confiaremos lo demás?

“Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.  Después de tanta explicación llegamos al meollo del Evangelio de hoy.  ¿Vivo MI vida sin importarme la vida de los otros? “Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo.” ¿Me importa de verdad la vida de los pobres? ¿Pongo en juego los dones, por pequeños que sean, que Dios me ha dado? ¿Hago “oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres? ¿Soy capaz de servir? Esas preguntas las tenemos que responder hoy. No mañana o el domingo que viene o dentro de cuarenta y tres años: hoy. Si tengo alguna responsabilidad pública, empresarial, familiar…, del tipo que sea: ¿Soy de fiar? ¿Puedo cada mañana ofrecer mi vida a Dios y no al dinero?

Que la Virgen del cielo nos enseñe los tesoros que perduran, los que no se apolillan, y nos ayude a poner en ellos nuestro corazón, nuestra vida y nuestras energías todas, amando a Dios y a los demás –en especial a los más pobres-, por Dios.