Ya se ha terminado el plazo de la inscripción de niños a catequesis (no es que ya no apunte más, algunos vendrán, pero los días que había fijado para hacerlo ya han terminado). Son 240 niños nuevos, más de seiscientos niños de catequesis de infancia en los tres cursos. Un ingenuo podría pensar ¡cuántos niños tengo!, pero los niños no son míos (que para eso uno se hace célibe), y como no acaben siendo de Cristo habrá sido una inmensa pérdida de tiempo. Los números son caprichosos y tan pronto se suma como se resta, incluso es mucho más fácil restar que sumar. Una mala cara es capaz de hacerte perder cincuenta feligreses y cincuenta horas de simpatía pueden hacerte acabar cansado de sonreír y nada más.

“Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz”. Uno puede encender la luz, pero él no es la luz (excepto radioactivo-man, pero no estamos para hablar de él). Y la luz es muy difícil de controlar, ilumina todo lo que tiene a su alcance, lo hermoso y lo feo. Uno puede manipular la luz, pero lo que puede crear son sombras. Por ello encender la luz tiene sus riesgos, pero ¡qué mal se vive continuamente en las tinieblas!. Si uno quiere enseñar su casa a los demás es conveniente que la tenga arreglada y en orden y si no tendrá que arriesgarse a que le critiquen por guarrete.

“Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público”. No es una amenaza de que el mundo vaya a llenarse soplones o chivatos. Es una realidad: Cristo ha vencido al mundo, y llegará el día en que Cristo brille con todo su esplendor, se abrirán las puertas, ventanas y persianas, la luz entrará a raudales, sin asomo de sombra, y se verá la verdad de tantos corazones. Por ello en esta vida tenemos que intentar tener una vida limpia y ordenada, en la que no nos de miedo que nos conozcan y nos corrijan. Quien se conforme en vivir en la penumbra o en la más completa oscuridad descubrirá ese día la cantidad de oportunidades de amar que ha dejado pasar de largo, la de obras de caridad que no vio porque su corazón estaba en tinieblas, que Cristo -con toda su luz-, estaba al otro lado del ventanal, pero no queríamos limpiar los cristales.

“A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”. Parece injusto, pero es la justicia más auténtica. El que tiene es el que tiene lo de Cristo, luego en realidad nada es suyo, ni los seiscientos niños de catequesis. Y como no tiene nada suyo, sino que participa de lo que tiene Cristo, al final todo lo de Cristo será suyo también y tendrá mucho más. Sin embargo, el que cree tener sus cosas se dará cuenta que no tiene nada. Quien haya llenado su vida de vanagloria, amor propio, orgullo, sensualidad, soberbia, egoísmo y autosuficiencia, se dará cuenta que no tiene nada pues eso es vacío…, y como no querrá lo de Cristo se dará cuenta que tiene menos que nada pues lo que creía tener es mentira.

Así que “comportémonos como el pleno día, con dignidad,” sacudamos de nuestra vida las oscuridades y tinieblas y que nos conozcan como somos, nosotros de Cristo y Cristo de Dios.

María, la más humilde de las mujeres, lo tiene todo pues tiene a Cristo en sus brazos. Pídele que te deje acunarlo un rato y lo tendrás todo.