Comentario Pastoral

RICOS Y POBRES

De nuevo en este domingo (XXVI del tiempo ordinario) se nos presenta con la viveza de las palabras proféticas y con la sencillez de una parábola el tema de la división de los hombres en ricos y en pobres. Son mucho más numerosos los pobres que los ricos. Un problema grave en nuestra sociedad es la insensibilidad ante las estadísticas; apenas nos impresiona conocer que hay ocho millones de pobres en España. Todos corremos el peligro de olvidarnos de los pobres, pasar de ellos en cualquier semáforo o acostumbrarnos a su presencia.

Hablar de los ricos no es difícil. Son los que centran como única preocupación de su vida la comida y la bebida, los que reducen toda su filosofía existencial a un concepto de hedonismo materialista, los que se acuestan en 2lechos de marfil» en un lujo despreocupado e insultante con los parados y chabolistas, los que creen que la vida es una orgía de olores, de sonidos y sensualidades, los injustos que explotan a los más débiles.

Es más fácil elogiar la pobreza que soportarla, pues siempre humilla al hombre y a algunos los hace humildes, pero a los más los hace malévolos. De ahí que cuando se experimenta la pobreza, se aprende a compadecer la de tantos desgraciados que giran en cualquier necesidad humana o espiritual. La pobreza de bienes es remediable, mas la del alma es casi irreparable.

¿Cuál es la enseñanza de la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro? No es que los ricos se condenarán y los pobres se salvarán. No es invitar a un conformismo pasivo a los que carecen de casi todo en este mundo, porque se verán recompensados en la otra vida. El mensaje es que no se puede poner la confianza y la seguridad de la salvación en las riquezas, que no se puede despreciar y marginar a los pobres, que el Reino de Dios no se alcanza por la simple pobreza sociológica sino por cumplir las exigencias de la palabra revelada.

San Pablo, en la segunda lectura, recuerda con claridad cuál debe ser el comportamiento del cristiano en esta vida: practicar las virtudes que posibilitan la relación con Dios (la religión, la fe, el amor) y las virtudes que mejoran la convivencia con los hombres (la justicia, la paciencia, la delicadeza). Así se conquista la vida eterna, a la que todos hemos sido llamados.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Amós 6, la. 4-7 Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
Timoteo 6, 11-16 san Lucas 16, 19-31

Comprender la Palabra

El profeta Amós había sido pastor en el desierto de Judá, no lejos de Belén. Educado en la fraterna austeridad de su gente, cuando visita la capital del norte, Samaria, le indigna aquel lujo de una minoría de opulentos a costa de la miseria de tantos (cf. primera lectura del domingo anterior). Profesionales del placer, infieles a la tradición social de la Alianza, inconscientes del más allá. El profeta denuncia las falsas seguridades de los ídolos, la falsa seguridad apoyada en las riquezas, la inseguridad de la ciudad, la confianza que estimula la buena vida. Por boca del profeta pastor, la Biblia interpela y condena en ellos a los «epulones» de cualquier época o situación. El cautiverio sobrevendrá como castigo.

Como segunda lectura leemos hoy la exhortación final de la primera Carta a Timoteo. El anciano apóstol piensa, no sin temor, en la perseverancia del discípulo. Sus consignas se pueden resumir en una sola palabra: fidelidad. Firmeza activa y martirial en guardar el mandato recibido, en cumplir el ministerio encomendado. Como el día de la «hermosa profesión», hasta el encuentro definitivo con Cristo. Una de las misiones más estimables de los discípulos de Jesús, que trabajan, sufren y viven en medio del mundo, es advertir con su vida y su palabra que la historia humana no está cerrada en sí misma, sino que, por el contrario, está abierta a un futuro feliz mientras comparte y se toma en serio las alegrías y las esperanzas, así como los sufrimientos y los fracasos de sus hermanos los hombres y mujeres.

El domingo pasado comenzamos a leer el capítulo 16 del Evangelio según san Lucas, en el que se expone un tema arriesgado: la manera cristiana de utilizar los bienes de este mundo. Cuando camino de Jerusalén Jesús afirma que no puede servir a Dios quien sirve a la riqueza, algunos amigos del dinero se burlaron de Él. Por respuesta Cristo les contó la parábola que escuchamos hoy.

Esta parábola tiene dos partes: una narración de hechos sin palabras y un diálogo que interpreta la narración. La narración presenta tres rápidas instantáneas de contraste entre el rico y el pobre: en la vida, en la muerte, en el más allá. Forman el diálogo tres súplicas del rico y tres respuestas de Abrahán: la razón de su condena, la pérdida de toda esperanza, el motivo por el que hubieran debido convertirse él y deben convertirse mientras queda tiempo los que siguen viviendo en el mundo tan egoístas como él vivió.

En las últimas palabras, que el Maestro pone en boca de Abrahán, se resume la intención de la parábola. Apremiante llamada a convertirse. La conversión es uno de los temas principales del mensaje de Cristo. No entendía por «conversión» una actitud imprecisa. Exigía la renuncia a pecados concretos. Un rabino casi contemporáneo de Jesús acusó de dos vicios principales a la sociedad judía de entonces: el de que se odiaban los unos a los otros, y el de que todos iban detrás de «Mammón» (del ídolo-dinero). Destaca sobre este trasfondo la insistencia del Evangelio en dos valores: el amor fraterno y la pobreza. Dos valores que son aspectos indisociales de una misma actitud. La parábola del rico Epulón y Lázaro es una denuncia profética contra el servicio de la riqueza sin amor.

Ángel Fontcuberta

 

 

al ritmo de las celebraciones


Témporas de Acción de Gracias y Petición

El Misal actual dice en la introducción al día 5 de octubre, en el que la CEE ha fijado esta celebración, que: «Las Témporas son días de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual».

Las Témporas, juntamente con las Rogativas, son una antiquísima institución litúrgica ligada a las cuatro estaciones del año. La finalidad de estas celebraciones era reunir a la comunidad cristiana a fin de que, mediante ayunos y oraciones, diese gracias a Dios por los frutos de la tierra y se invocase su bendición sobre el trabajo de los hombres. Las Témporas nacen en Roma y se difunden con la liturgia romana, al mismo tiempo que sus libros litúrgicos. En un principio se celebraban en las estaciones de Otoño, Invierno y Verano; y más exactamente en los meses de septiembre, diciembre y junio. Pronto se añadiría la celebración correspondiente a la Primavera, en plena Cuaresma. El significado de estas jornadas penitenciales, que comprendían la Eucaristía, además del ayuno -los miércoles y los viernes de la semana en que tenían lugar- se conoce por los Sermones a san León Magno. El sábado tenía lugar una Vigilia, que concluía con la Eucaristía, bien entrada la noche, de forma que esa era ya la celebración eucarística dominical.

Las Témporas son, en el fondo, un acercamiento mutuo de la liturgia y la vida humana, en el afán de encontrar en Dios la fuente de todo don y la santificación de la tarea de los hombres. Se pretende, en fin, es que en un día o en tres, se viva y se celebre la obra de Dios en el hombre y con la ayuda del hombre; con el espíritu de fe y de acción de gracias propios de los fieles, que saben que lo temporal tiene su propia autonomía, pero sin romper con Dios y sin ir en contra de su voluntad salvadora.


Ángel Fontcuberta

 

Para la Semana

Lunes 1:
San Jerónimo (340-420), presbítero, doctor. El papa Dámaso te encargó la traducción de la Sagrada Escritura al latín

Zac 8,1-8. Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente.

Sal 101. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.

Lc 9,46-50. El más pequeño de vosotros es el más importante.
Martes 2:
Sta. Teresita del Niño Jesús, v. y dra. Memoria.

Zac 8,20-23. Vendrán pueblo numerosos, buscando al Señor en Jerusalén.

Sal 86. Dios está con nosotros.

Lc 9,51-56. Tomó la decisión de caminar a Jerusalén.
Miércoles 3:
Santos Ángeles Custodios. Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.

Neh 2,1-8. Si le parece bien al rey, permítame ir a la ciudad de mis padres, para reconstruirla.

Sal 136. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Mt 18,1-5.10. Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.
Jueves 4:
Neh 8,1-4a.5-6.7b-12. Esdras abrió el libro de la Ley, bendijo al Señor, y todo el pueblo respondió. Amén, amén.

Sal 18. Los mandatos del Señor son rectos, y alegran el corazón.

Lc 10,1-12. Descansará sobre ellos vuestra paz.
Viernes 5:
San Francisco de Asís. Memoria.

Bar 1,15-22. Hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras.

Sal 78. Por el honor de tu nombre, líbranos, Señor.

Lc 10,13-16. Quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.
Sábado 6:
Témporas de Acción de Gracias y de Petición. Feria Mayor.

Dt 8,7-18. Dios te da la fuerza para crearte estas riquezas.

Sal: 1Crón 29,10-12. Tú eres Señor del universo.

2Co 5,17-21. Os pedimos que os reconciliéis con Dios.

Mt 7,7-11. Quien pide recibe.