Por la fe permanecemos unidos a Jesucristo, pero la misma fe es un don de Dios. Las virtudes son susceptibles de crecimiento, y el aumento de la gracia hay que pedirlo al Señor. La fidelidad a la gracia recibida capacita para recibir dones más grandes. Es la doctrina del mérito. En la medida en que correspondemos a lo que Dios nos da vamos creciendo en santidad. Así lo ha dispuesto el Señor. Nada de eso sucede sin que dependa totalmente de la iniciativa divina. El Catecismo enseña que “El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia.” Por eso, como los discípulos, sabemos que hemos de pedirlo todo al Señor y le decimos: “Auméntanos la fe”.

San Pablo, en su carta a Timoteo, le exhorta a cuidar la gracia que ha recibido. Le dice “Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”. El tesoro es también el de la fe. Hay quienes han señalado que los recientes escándalos provocados por el comportamiento deshonesto de algunos sacerdotes tiene su razón en que se ha descuidado la fe. Cuando no se cuida el tesoro que Dios nos da, y que consiste en la relación con Él a través de Jesucristo, somos susceptibles de caer en todos los pecados.

En el mismo sentido la primera lectura nos exhorta a confiar siempre en que la ayuda del Señor nunca nos faltará. Cuando san Agustín abandona Cartago para ir a Roma lo hace engañando a su madre, que no quería que se separase de ella. Agustín aún no era cristiano. En sus Confesiones señala el santo que la madre se quedó llorando y rezando por él para que no pudiera navegar. Y dice: “Tú Señor, no cuidaste de lo que entonces te pedía para hacerme tal como siempre te pedía”. Porque el camino de la conversión de Agustín, en el designio de Dios, pasaba también por aquel viaje. Dios no responde, en ocasiones, a nuestras peticiones concretas, pero atiende siempre al deseo profundo de nuestro corazón.

Lo esperamos todo del Señor e intentamos ser fieles a lo que Él nos da. En ello reside nuestra alegría. Y, finalmente, como dice el Señor, sólo podemos gloriarnos de haber sido favorecidos por Él, porque somos siervos inútiles.

Mientras meditaba este texto ha sucedido que a un gran educador que conozco le han retirado del colegio. Durante su etapa de director se habían dado numerosas conversiones en el centro. Cuando algunos le preguntaban cómo estaba respondió algo así: “quien reza los salmos por las mañana y por la noche sabe que es Dios quien realiza la obra, que es Él quien construye y derruye y por eso hemos de dar el testimonio de la alegría”.

Nosotros no somos el Señor, sino que estamos a su servicio. La fe nos lleva a querer disponer nuestro tiempo para Él construyendo la Iglesia. Pero en esa tarea, si somos honestos, hemos de reconocer que es la Iglesia la que nos sostiene y es de ella de Quien recibimos la fuerza para hacer el bien que somos capaces. La fe, que pedimos que crezca en nosotros, nos mantiene unidos al árbol de la vida, de quien procede todo bien.