Ex 17,8-13; Sal 120; 2Tm 3,14-4,2; Lc 18,1-8
El camino de la fe puede darnos por las Escrituras la sabiduría que conduce a la salvación. Fe en Cristo Jesús, no lectura monda y lironda de las Escrituras. Se ha dicho que el cristianismo es religión del libro, como lo serían el judaísmo y el islamismo. No, es el encuentro con una Persona, Jesús, el Hijo de Dios, que se nos dona en la Iglesia de Dios y de Jesucristo. Esa Persona, por la acción del Espíritu, nos ofrece un libro en el que él se hace presente, para que lo conozcamos, para que nos acerquemos mejor, de manera más completa, para que entendamos la fuerza de la revelación que Dios, su Padre y nuestro Padre, nos hace en esa Persona, su Hijo único. De este modo, las Escrituras que la Iglesia nos ofrecen nos proporcionan una plenitud de ese conocimiento del Hijo que se nos hace hombre en Jesús. Mas la completud de esa revelación de la misericordia de Dios para nosotros se nos da en la Persona de Jesús. Decimos que la Iglesia nos dona, pues ella es ella es quien las ha escrito —bajo la acción del Espíritu— y quien nos proporciona el canon de esas Escrituras, el lugar escrito en el que la Iglesia entiende se nos dona en completud la imagen del Cristo Jesús en la que cree y nos regala. No significa esto que la Iglesia rechace otros escritos en los que se nos presenta a Jesús, pero no son canónicos en el sentido de que se nos ofrecen porque en las Escrituras no esté donada la completud de la imagen revelada de ese en quien creemos. Son, o pueden ser, maravillosos escritos particulares que ayuden a un mayor acercamiento nuestro a Cristo. Piénsese, por ejemplo, en el Comentario del cantar de los cantares de san Bernardo o en los Ejercicios de san Ignacio de Loyola, en los escritos de santa Teresa o en los de san Juan de la Cruz. Vivir esto, es esencial. Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía.
Mas queda algo esencial: los sacramentos de la Iglesia de Dios y de Jesucristo. Porque la Persona de Jesús se nos hace donación en el agua y la sangre que salieron de su pecho herido, muerto en la cruz. No son algo que podría añadirse a la lectura de la Palabra, pensando que esa lectura es lo único indispensable y definitivo. No es así. Los sacramentos son parte esencial en la acción de la fe del creemos. ¿Podremos olvidar una manera de entender lo que somos como hombres y mujeres que no hable de la sacramentalidad de la carne? No basta con la lectura, por exquisita que fuere, porque la Palabra se ha hecho carne. Misterio de la redención. No solo, por tanto, las palabras de las Escrituras, sino también, y a la vez, tocamientos, miradas, alegrías, lloros de arrepentimiento, alimento de pan y vino, inmersión en las aguas bautismales; himnos y súplicas; vueltas y revueltas. Todo ello parte del misterio de la carne, la cual no se queda en la maravillosa e inmensa delgadez de las palabras. Cuando celebramos los sacramentos, comenzando por el más central de todos, la eucaristía, las palabras que pronunciamos están circunvaladas por la Palabra de las Escrituras, que se adentra hasta su meollo fundamental, pues son palabra que se hace sacramento tangible. Este pan es mi cuerpo. Este vino es mi sangre.
Desde ahí, Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan.