Rm 6,12-18; Sal 123; Lc 12,39-48
¿Más se nos exigirá, pues hemos recibido mucho? ¿Palabras duras?, ¿es adecuado decir exigirá?, ¿no nos tendría que tratar el Señor con mayores miramientos y mansedumbres, como tantas veces lo hace?, ¿se extralimita? La primera palabra de Jesús en lo que hemos leído de Lucas es: comprended. Lo que viene después nos hará comprender cómo debe ser nuestro comportamiento si somos seguidores de Jesús; si tomamos parte en el Reino de Dios. Las Escrituras son tajantes: pedimos al Señor que nos convierta; pero, una vez que por su gracia nos hemos convertido, debemos seriedad a lo que con ella somos. Por eso, y con razón, Jesús no se anda con blanduras algodonosas. Nos pone el ejemplo de los criados en su servicio a sus dueños, y sabemos cómo era entonces esa relación. ¿Qué habías creído que era eso del servicio al que nos llama en los discursos de la última cena? Sígueme, nos dice, y no anda volviéndose a cada rato para ver si de verdad le seguimos. El pecado no puede seguir dominando nuestro cuerpo mortal, nos dice Pablo. No podemos poner nuestros miembros al servicio del mal. Nuestra vida tiene que cambiar. Pondremos nuestros miembros al servicio del bien. Ahora ya, el pecado no nos va a dominar, y estaremos al servicio de la gracia. Ahora ya, no estamos en dependencia del pecado, sino de la gracia. Ahora ya, somos esclavos —¡menuda palabra!— de la justicia que hemos alcanzado por nuestra fe en el crucificado. Nuestro auxilio es ahora el nombre del Señor, como reza con nosotros el salmo. Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos. Ahora ya, por la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, lo nuestro son obras de misericordia. En este estado de gracia se nos pide, con cuánta razón, que nuestros comportamientos sean los de Jesús, y no los del estado de pecado del que fuimos redimidos. ¡Se ha de notar en nuestra vida!
Jesús nos habla en parábolas para que le entendamos. Si nos hubiera dado nuevas legislaciones, 623 nuevas leyes y reglas para que no nos extralimitemos de ellas, como nuevo código bien redactado y en el que las cosas estuvieran claras, no apelaría Jesús a nuestra nueva libertad en el hacer. De nada nos serviría que el Espíritu hubiera hecho de nosotros, de ti y de mí, su templo, pues todo consistiría en el cumplir las nuevas reglas. No, justificados por la fe en él, vivimos en entera libertad de deseos, de imaginaciones y de razones. Nuestra vida ahora es una vida de invención, de servicio, de mirarte a ti, Señor Jesús, clavado en la cruz, para hacer como tú, para seguirte a donde vayas; para estar junto a ti; para, buscando ser como tú, por la fuerza del Espíritu que tú nos envías, reencontrar la imagen y la semejanza con la que fuimos creados al comienzo. La libertad nos es esencial. Hemos recibido mucho, pero que mucho, somos bien conscientes de ello. No nos podemos contentar con chalanadas fofas, haciendo como si. ¿A quién querríamos engañar? El servicio es exigente. El compromiso, serio y eficaz. Si te comprometes a atender a los sidosos entre las cuatro y las seis de la mañana de la noche del viernes, no puedes faltar, pues, entonces, ¿quién los cuidará?, ¿en manos de quién morirán? Se nos dio mucho y mucho se nos exigirá. Al que mucho se le confió, más se le pedirá.