Bienaventurados

¿Son los santos los bienaventurados? No, si queremos decidir que lo son por sus grandes méritos. Podemos llamarlos santos porque tuvieron la gracia inmensa de seguir al Señor Jesús, tras la muerte, hasta lo alto del camino que, por la resurrección de quien murió en la cruz por ellos también, nos lleva hasta la gloria del Padre. Porque, en verdad, el actor de las bienaventuranzas es siempre Jesús. Y nosotros lo somos, bueno, lo fueron los santos, porque ellos tuvieron el don resplandeciente de verse transformados en carne de seguimiento que lleva hasta la gloria. El pobre en el espíritu es Jesús, y el sufrido, y el llorón, y el que tiene hambre y sed de justicia, y el misericordioso, y el limpio de corazón, y el que trabaja por la paz, y el perseguido por causa de la justicia, el insultado y perseguido. Dirás, quizá, exageras. Creo que no. Porque él es el pobre al que imitaron los santos, puede ser nuestro el reino de Dios; porque el sufrido al que los santos imitaron, podemos nosotros heredar la tierra; porque llora, lo que también hicieron los santos, podemos nosotros ser consolados; pues el que tiene hambre y sed de justicia, en lo que los santos buscaron ser como él, podemos nosotros quedar saciados; pues misericordioso, como lo fueron los santos, imitándole, podemos nosotros ser misericordiosos; porque limpio de corazón, como buscaron serlo también los santos yéndose tras él, veremos a Dios; porque él es quien trabaja por la paz, aunque haya resultado que trae la guerra, como en puro calco les pasó a los santos, se nos llamará los Hijos de Dios; pues perseguido por causa de la justicia, como ocurrió con los santos cuando le imitaban, nuestro es el reino de Dios. Bienaventurados, pues, como aconteció a los santos que imitaron al Señor, cuando nos insulten y nos calumnien por su causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande cuando seáis conducidos, como los santos, al lugar de la gloria de Dios Padre, a cuya derecha está sentado Jesús, el Hijo, en la presencia circulante del Espíritu.

Mirad el amor que ha tenido el Padre para llamarnos sus hijos, como dice la carta de Juan: ¡pues lo somos! No es, pues, una sábana blanca en la que se haya escrito: estos son mis hijos, cubriendo todo lo que quiera haber oculto debajo, sino porque nuestras interioridades más íntimas han sido transformadas por la venida a nosotros del Espíritu, quien habita dentro de nosotros mientras grita a grandes voces: Abba, Padre. Buena aventura de nuestra vida de seguimiento de Jesús, confiando que por la gracia, justificados por la fe que se nos dona, tras la muerte, lleguemos a vivir en ese lugar de tan pura y alegre contemplación. Las visiones del Apocalipsis son magníficas. Con Juan vemos el ángel que sube trayendo el sello del Dios vivo. Vemos cómo se nos marca en la frente a quienes somos siervos de nuestro Dios. Luego, vimos muchedumbre inmensa de todo color y nación con vestiduras blancas que caían rostro a tierra ante el trono del Cordero. ¿Quiénes son esos vestidos de blanco? Los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.

Exageras, pues nos metes a todos ya en la fila de los santos. Es verdad, pero vivo en-esperanza de que, por la gracia inmensa de Dios que perdona todos mis pecados subiéndome a la cruz de Cristo, pronto estaré, junto a ti, junto a vosotros, en esa fila que se allega, allá en lo alto, al trono del Cordero. ¿Acaso san Pablo no nos llama siempre los santos? En-esperanza, vivimos en la alegría inmensa de que así sea. Amén