Ayer fallaba la conexión a Internet. Mientras esperábamos que se reiniciase el router (algo que fue completamente inútil), me dio tiempo a charlar un rato con el vicario parroquial, si no seguramente estaría preparando alguna cosa o escribiendo este comentario. Al final toda la tarde estuvimos sin conexión. Por la tarde noche decidimos desenchufar todas las conexiones, poner en orden todos los cables, ordenar el track de comunicaciones…, y volvimos a conectarnos. Así que me propuse ponerme a escribir este comentario, pero sonó el teléfono y me llamaban de un hospital que atiendo las urgencias por la noche para pedirme que me acercara. Daba un poco de pereza pero para combatirla llamó otra familia que también quería que me acercase, así que al coche y al hospital. Cuando llegué ya pensé que el comentario tendría que madrugar mejor que trasnochar. Cada mañana cuando miro la agenda del teléfono (esto de que hayan querido hacerlas más cercanas es un rollo), me dice: “tienes usted Misa en una hora y siete eventos más… tiene un día muy ajetreado.” La verdad es que eso no anima mucho, te dan ganas desde por la mañana de que te dejen en paz.

“Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para si mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor”.  En ocasiones podemos plantearnos la vida como hacer un montón de cosas esperando encontrar esos “huecos para nosotros” que son los que nos relajan. Lo malo de eso es que, poco a poco y casi sin darnos cuenta, esos huecos se van haciendo más grandes y las demás actividades comienzan a molestarnos. A los sacerdotes nos molesta el confesionario o el despacho parroquial, al padre de familia el estar con sus hijos, al trabajador el hueco que hay de ocho de la mañana a cinco de la tarde…. Y empezamos ano disfrutar de nuestra vida. Nos aislamos con Internet o con lo que sea y procuramos que los demás no nos molesten. Como los adolescentes se hacen fuertes en su habitación nosotros buscamos nuestros momentos y nos enfada mucho que nos los alteren. Es cuando sale la famosa frase: “Tengo derecho”. Pero “Si vivimos, vivimos para el Señor” y lo que no podemos presentar a Dios porque es sólo neutro no es vida. “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?” No piensa “ya iré otro día a ver si sobrevive, o tal vez vuelva ella sola, ahora tengo que descansar.” Va a buscarla. O entregamos nuestra vida o no disfrutaremos nunca de ella y la iremos perdiendo momento a momento.

Entonces, ¿tengo que tener la agenda llena de cosas que hacer? No es necesario, pero si se tiene no hay que rechazarla. Es fácil caer en el activismo que es hacer muchas cosas sin ningún sentido, el “estar muy ocupados en no hacer nada.” Lo importante es hacer de nuestra vida un servicio completo a Dios y a los demás por Dios. De tal manera que necesito momentos de intimidad con el maestro (la Misa, la oración, las prácticas de piedad que suela hacer), momentos de petición por muchas personas -conocidas o no-, y por las necesidades del mundo entero y de la Iglesia, y no rehusar lo que Dios nos pone delante, sino amarlo, aunque no esté en nuestros planes o en nuestra agenda o no sea hora. Entonces se ama lo que se hace, aunque nunca lo hubiéramos elegido.

Nuestra Madre la Virgen es experta en que “le fastidien los planes” y amar lo que Dios le ponía delante. Si comenzamos el día de su mano, ofreciéndoselo a Dios, lo acabaremos también de su mano y seguramente cansados y felices.