Zaqueo es un modelo para todos nosotros en muchos aspectos, y eso que era un gran pecador. Pero Zaqueo, tiene un deseo en su corazón que es ver a Jesús. Piensa que ese hombre, del que ha oído tantas cosas, puede responder a lo que su corazón busca. Se nos dice que era rico. Pero también era consciente de que sus riquezas no eran suficientes para saciar el deseo de su corazón. Todo hombre tiene esa inquietud en su corazón. Con palabras precisas lo expresó san Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Sin embargo, algunos reducen ese deseo, se conforman con menos. Es lo que Luigi Giusanni ha denominado “reducción del deseo”. En pocas palabras es como decir que alguien querría ser santo pero, al final, se conforma con la mediocridad, y eso al precio de saber que no se realiza del todo.

Zaqueo no actúa así. Lo vemos porque, siendo bajito y quedando impedido por la multitud que le deja ver, no se amilana. Al contrario, sube a un árbol. Él, un personaje importante, trepa a una higuera como un rapaz. Podemos pensar en lo ridículo de la situación, más aún cuando Jesús se para ante él y le dirige la palabra. Podemos suponer los comentarios jocosos de la concurrencia. Zaqueo, al que todos, si no respetan, al menos temen, pasa a ser centro de las risas y murmuraciones. Pero a él no le importa porque ha dado un  paso importante: se ha separado de la multitud. La masa, lo que todos hacen, muchas veces ahoga los impulsos más grandes que hay dentro de nosotros mismos.

Jesús le dirige la palabra: “Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Jesús quiere habitar en el corazón de cada uno. En el Evangelio de san Juan, el Señor dice: “Vendremos a él y en él haremos morada”. El deseo del hombre coincide con el deseo de Dios. Jesús ama apasionadamente al hombre. Cuando Jesús entra en casa de Zaqueo, se produce la transformación. Zaqueo empieza a amar a los hombres porque ha sido amado por Dios: “La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. La vida de Zaqueo se iluminó, como en un momento se señala en el libro de la Sabiduría: “A los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor”. El camino de Jesús es el amor. Gran lección para nuestro tiempo, cuando muchos hombres viven embadurnados por el pecado: el personal y el que es asumido por la sociedad en su conjunto.

La riqueza embota el alma, pero ya Aristóteles había dicho que los hombres ante todo desean tener amigos. Zaqueo, aquel día, descubrió que alguien le amaba desinteresadamente: lo vio en la mirada, en las palabras y en el hecho de que Jesús se acercara a él y le hablara como los verdaderos amigos: “Vengo a tu casa”. Es decir, vengo para estar contigo y comer con tus amigos, que son pecadores como tú. Me acerco a ti para que tu vida se transforme. También hoy la verdadera amistad sigue siendo camino privilegiado para el apostolado.