El Cardenal Newman tiene una bonita observación que ilustra el evangelio de hoy. Se fija en que, si no tuviéramos la experiencia de primaveras anteriores, tampoco seríamos capaces de pensar que el campo, tal como lo vemos en invierno, va a florecer. A mí me ayuda a entender el ejemplo que nos propone Jesús en este día.
Porque aquellos a los que señala el ejemplo de la higuera es porque la han visto muchas veces y saben que, antes del verano aparecen los brotes. Jesús aquí habla de la consumación del mundo y de la proximidad del Reino de Dios. Por tanto Jesús llama a estar precavidos y nos da una buena señal para ello. Nos invita a fijarnos en nuestra propia experiencia espiritual. Esta abarca lo que cada uno hace por su vida interior pero también lo que comunitariamente celebra y vive la Iglesia.
Por ello este evangelio nos anima a la esperanza. Hay que estar atentos, pero no para descubrir algo que va a suceder por sorpresa y que no podemos preveer de ninguna manera. Dios nos cuida con amor y nos va mostrando un camino. Si atendemos de verdad a nuestro corazón vemos lo que ayuda a nuestro crecimiento y lo que lo impide. En una célebre conferencia el Cardenal Ratzinger señalaba que todo hombre, por su conciencia, es capaz de descubrir en el mundo y en sus actos, lo que está en armonía con él y lo que no.
Por es en el evangelio de hoy se nos recuerda la importancia de cuidar de nuestro corazón en la fe de la Iglesia. Muchas cosas que en un primer momento nos atraen y que parece que van a darnos la felicidad, después descubrimos que nos dejan insatisfechos. En cambio, otras que en principio no son tan apetecibles nos resultan consoladoras, edificantes o simplemente incrementan nuestra alegría. En el ejemplo de Jesús no debe pasarnos por alto que el anuncio del verano (los brotes de la higuera) aparece cuando aún hace frío. Hay algo que está por llegar pero que ahora sólo reconocemos germinalmente, como un anuncio. Ese ejemplo es muy relevante para nuestra vida espiritual, la individual y la que vivimos comunitariamente, en la que muchas veces parece que no va a suceder nada. La esperanza nos ayuda a reconocer los signos de lo que está por llegar. Esos signos ya producen en nosotros alguna alegría, pero son sólo la primicia de lo que se nos promete.
A veces no somos capaces, de manera individual, de descubrir el bien que ya está presente. Ello no debe desanimarnos. Tenemos al resto de la Iglesia. Mirándola a ella vemos el gran bien que se va dando en el mundo. No hemos de mirar sólo a la Iglesia universal sino también a los cristianos que están cerca de nosotros y que, en su vida, ya llevan el signo de la salvación de Cristo.
Que la Virgen María, señal de consuelo para todos los cristianos, nos ayude a permanecer firmes en la esperanza