Génesis 49, 1-2. 8-10
Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. 17
San Mateo 1, 1-17
El Evangelio de hoy puede parecer para algunos algo pesado. ¿A qué viene que se nos relate una lista tan larga para recordar los predecesores, según la carne, de Jesús? Pero todos los textos tienen u sentido y contienen una enseñanza.
Refiriéndose a la genealogía con la que Mateo comienza su relato, escribe Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret: “presenta a Jesús como el heredero tanto de las promesas de Abraham como del compromiso de Dios con David, al cual había prometido un reinado eterno, no obstante todos los pecados de Israel y todos los castigos de Dios”.
Por una parte la genealogía nos recuerda que existe un plan de salvación trazado por Dios y que se cumple en la historia. Nos indica que esa voluntad salvífica sigue un camino a pesar de los pecados de los hombres. De parte nuestra hay muchas circunstancias y comportamientos que podrían truncar el obrar de Dios si su amor no fuera más fuerte. Al leer la historia desde esta perspectiva, la de Israel, la universal y la de cada uno de nosotros, no podemos dejar de dar gracias por ese designio de Dios. Nada le impide seguir actuando a favor de los hombres.
La genealogía nos indica también que Dios prefiere no utilizar atajos. Jesús no aparece en la historia desligado de la humanidad sino profundamente enraizado en ella. Es así porque viene a salvar a todos los hombres. La historia de Israel conduce hacia Él, y todos los acontecimientos del mundo miran a Él porque es el Salvador universal. Si Jesús se sujeta de esa manera a la historia humana, nos indica también que nosotros debemos seguirle a Él, que es el Camino. La tentación es buscar atajos para alcanzar la felicidad. Pero hay un solo camino, un puente como le gustaba decir a santa Catalina de Siena, que une el cielo con la tierra. Ese es Jesús.
Lo mismo que la historia de Israel, con sus éxitos y fracasos, conduce a Jesucristo también la nuestra debemos leerla desde Dios. A la luz de la Encarnación no queda justificado el mal comportamiento de nadie, pero se nos muestra cómo la salvación es posible para todos porque el mal no puede más que Dios.
Benedicto XVI, en su comentario, hace otra observación importante. Dice: “Según esta genealogía, la historia se divide en tres periodos de catorce generaciones –catorce es el valor numérico del nombre de David-: de Abraham a David, de David al exilio babilónico y después otro periodo de catorce generaciones. Precisamente el hecho de que hayan transcurrido catorce generaciones indica que por fin ha llegado la hora del David definitivo, del renovado reinado davídico, entendido como instauración del reinado de Dios”.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a leer nuestra historia a la luz del gran acontecimiento de la Navidad.