Misa del Gallo
Isaías 62, 1-5
Sal 88, 4-5. 16-17. 27 y 29
Hechos de los apóstoles 13, 16-17. 22-25
San Mateo 1, 1-25
La tradición franciscana reporta una historia acaecida a su fundador en la Navidad de 1223. San Francisco dispuso celebrar aquella noche en una cueva que le recordaba a la de Belén. Allí se dispuso todo para la misa. Acudieron muchos fieles de los alrededores y, cuando el sacerdote iba a repartir la comunión se vio resplandecer una luz en torno al santo. En sus débiles manos sostenía un niño débil y adormilado. San Francisco atrajo contra su pecho el cuerpo tembloroso del pequeño que se despertó, le sonrió y le acarició la mejilla. Quienes lo vieron entendieron que aquel niño era Jesús que, dormido en el corazón de muchos cristianos, Francisco había despertado con su amor.
Esta bella historia ejemplifica muy bien lo que puede ser para nosotros la Navidad. Cabe decir que en una noche como esta se convirtió Paul Claudel. Dijo de aquella experiencia: “De repente, tuve el sentimiento punzante de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable”. Y añade sus reflexiones de entonces: “¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Y si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está allí! ¡Es alguien, un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!”. También la noche de Navidad fue decisiva para Charles de Foucauld o santa Teresa de Lisieux. La santa carmelita, cuando tenía 14 años, sintió en Navidad que el Niño Jesús la llamaba a dedicar su vida a amar a Dios y salvar almas. Curiosamente los tres tuvieron su experiencia la misma noche de 1886, que para Foucauld fue su primera Navidad cristiana y cuándo tomó conciencia de todos los dones que Dios le había concedido.
Es una noche en la que la gracia se desborda de una manera especial porque la Iglesia no hace mera memoria de algo pasado sino que celebra el hoy de Dios. Los ejemplos aludidos y muchos otros que quizás no conocemos son testigos de ello. Y así nos lo recuerda una de las antífonas de la liturgia: “Hoy nos ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor”.
Precisamente la grandeza de la misericordia de Dios que se nos muestra en esta fiesta nos hace esperarlo todo. Y así debemos disponernos para ello. La liturgia de este día es muy rica. Hay cuatro posibles celebraciones con sus lecturas propias: la de la vigilia, medianoche, el alba y la misa del día. Sería oportuno, en la lectura espiritual, detenerse en todos los textos que van in crescendo. Se muestra la promesa de Dios, el paso de la tiniebla a la luz y finalmente la presencia del Eterno en medio de nosotros. También se apunta como Jesús ha venido para salvar a todos los hombres y no se deja de apuntar la necesidad de que cada uno de nosotros lo acoja singularmente.
Por otra parte es a la luz del nacimiento de Jesús que se ilumina también el sentido de nuestra existencia. La mejor actitud es la de la alegría de niños. Cuando nos fijamos en ellos nos damos cuenta de que participan del misterio de estos días de una manera muy plena. Pedirle a Dios esa inocencia para recibirlo nos ayudará a vivir con mayor fruto espiritual este gran acontecimiento. Además, fijémonos en que la Iglesia alarga la celebración durante ocho días. Así nos muestra que no hemos de agotar la contemplación de este Misterio en un solo día sino que hemos de degustarlo lentamente porque muy grande es su riqueza.
Misa de Navidad
Isaías 52, 7-10
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6
Hebreos 1, 1-6
San Juan 1. 1-18
¡Feliz Navidad.!..
“La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.” Podemos no recibir, pero existe la luz. Hoy me atrevería a decir: Dios tiene derecho a que estemos alegres. Mucho no sabrán por qué, otros habrán pecado hasta decir basta este noche, otros no se acordarán muy bien si es sábado, domingo o martes. Pero Dios tiene derecho a encontrarnos un poco felices,… bastante felices, … muy felices. Ya comenté que la felicidad era un término complicado, es fácil de intuir pero a veces difícil de encontrar porque buscamos mal. Pero aunque sea “mal felices” Dios tiene derecho a encontrarnos felices. Ayer fui a confesar, administrar la unción y hablar con un enfermo con grandes dolores, la familia no estaba muy a favor, e incluso hasta anteayer el enfermo decía: “La Iglesia no me deja morirme”, pues prefería la muerte a la vida. Le escuché, me escucho, se confesó y rezamos un Avemaría juntos, despacito y paladeandola, … creo que hacía tiempo que no rezaba en voz alta, contestó consciente a toda la unción y al final dio las gracias. Dolores…muchos; felicidad creo que bastante, había aceptado con su enfermedad. Hace poco hablaba con un chaval bisexual que no sabe si el chico al que quiere está dispuesto, o no, a darle lo que él está dando por el otro… y dejando claro lo que la Iglesia le dice, que es siempre hijo de Dios y hay cosas más importantes que el sexo; se tiene que sentir acompañado por la Iglesia y que el cura no le juzga ni le condena, a veces solamente me queda escuchar, pues con nadie más puede hablar de estas cosas. ¿Es feliz? Creo que no, que sufre, pero tiene que encontrar el sitio don de hablando no sufra. Hace diez minutos me ha llamado otro chaval que se siente mal pues no aporta nada a la casa de su tía, donde vive pues su madre se ha ido con su novio. Le puedo ofrecer una caja de comida que me han dejado en la parroquia. ¿Es feliz?. No creo, pero tiene algo que llevar a su casa y no entrar con la cabeza gacha aunque sea el dueño de las calles por ser de una banda.
Por todo eso y más: ¡Feliz Navidad!. Tal vez no encontremos la felicidad completa, incluso encontremos el extremo opuesto a la felicidad, pero si en el día de hoy alguien intuye que puede ser feliz, ¡bendito sea!. Con nuestra oración, sacrificio y nuestra palabra un día se encontrará con la felicidad y la seguirá. ¡Laus Deo!