San Juan 1, 1-4
Sal 96, 1-2. 5-6. 11-12
San Juan 20, 2-8
Ayer celebrábamos el martirio de Esteban, hoy la santidad de Juan. En ambos se revela la manera nueva de vivir que nos ha traído Jesucristo. De Belén nace un río de gracia que recorre toda la historia. A ello se refiere la primera lectura de este día, en la que el apóstol escribe: “Os anunciamos la Vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó”. San Juan habla de lo que él ha visto y oído, es decir, de su encuentro personal con Jesucristo. Encuentro que es real y que, además, no es exclusivo sino que está llamado a repetirse con multitud de hombres a lo largo de los tiempos.
La posibilidad de ese encuentro es por la resurrección de Jesús de entre los muertos. No es preciso viajar a Palestina ni remontarse al pasado para encontrarse con el Señor. Él ha resucitado y, desde esa nueva situación, ya no en la humildad del pesebre sino glorificado, se hace accesible a todos nosotros. De ello trata el evangelio de este día.
Pero san Juan, en su carta, apunta también a la manera cómo el Resucitado va a acercarse a nosotros: “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. Se refiere a la Iglesia, en la que se continúa realizando el encuentro de Jesús con cada uno de nosotros. Ese encuentro produce una unión que es con el Señor pero también de todos los cristianos. En esa unión (comunión) se visibiliza ya una de las consecuencias de la Encarnación, que es la superación de la ruptura introducida por el pecado en el mundo. De manera indirecta vivimos esa realidad esos días en los que las familias se reúnen, nos sentimos más dispuestos al perdón y, con mayor facilidad, somos generosos con los necesitados. Esos signos que se hacen presentes esos días apuntan a la causa última de nuestra alegría, que es Jesús.
Pero el Apóstol nos indica también que la plenitud de su alegría, y de la nuestra, está en que todos los hombres puedan conocer a Jesucristo. San Juan, aquí, se hace partícipe de los sentimientos de Jesús en la lógica de la Encarnación. Dios se ha hecho hombre para reconciliar a los hombres consigo. El cristiano, que se sabe reconciliado con Jesucristo por pura gracia siente también la necesidad de que más hombres y mujeres participen de ese don. De ahí nace el apostolado y la comprensión de que la verdadera alegría está en que todos los hombres gocen de la amistad con Dios. Nuestra alegría de estos días de celebración y fiesta, reclama, para ser completa, la alegría de la comunión perfecta de todos los hombres con el Padre a través de Jesucristo.
San Juan no estuvo en Belén, como tampoco nosotros, pero después de su relación con el Señor, que fue muy privilegiada, comprendió la importancia de aquellos acontecimientos. Le pedimos que nos ayude a vivir con intensidad estos días para que también nosotros podamos ser conscientes del gran misterio de la Encarnación y, de esa manera, nos sintamos llamados a anunciarlo a los demás.