1San Juan 3,7-10

Sal 97, 1-2ab. 7-8a. 8b-9

San Juan 1, 35-42

En algunas ocasiones al hablar con padres que van a bautizar a sus hijos te dicen: “Bueno, yo lo bautizo como se ha hecho siempre, y luego, cuando crezca, que sea lo que quiera.” Y lo dicen con una alegría de ser tan tolerantes y aperturistas, que me asombra. Es prepararse para un fracaso anunciado. Sería como decir: “Yo lo apunto al mejor colegio de la ciudad, pero si luego es un delincuente, ¡Bendito sea Dios!” Ciertamente no podemos negar la libertad de cada uno de nosotros a elegir, pero presentar a tu hijo ante Dios como un “mal menor” es muy distinto. Unos padres cristianos cuyo hijo no viva la fe debería apenarse profundamente. Ocurre en muchos casos, también en mi familia, pero no podemos acostumbrarnos. Cada uno hará lo que quiera, pero que no sea por la falta de medios necesarios para elegir bien, es decir, por no haber dado a los hijos la formación cristiana (con palabras y obras), que le ayuden a decidir realmente en libertad. Y eso significa enseñar a los hijos el rostro de Dios, rezar con ellos y por ellos y que vean el ejemplo gozoso de nuestra vida de cristianos.

“ Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: – «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: – «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: – «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: – «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.” Juan no es celoso de que se le vayan los discípulos, ya hemos visto que él sabía quien era, el que preparaba el camino para indicarlo a los demás. No espera a que los demás “descubran” a Jesús, sino que lo señala entre los hombres. Sería injusto que unos padres esperasen que sus hijos hagan una reflexión teológico antropológica para descubrir a Jesús y n les digan, de rodillas frente al Sagrario, “¡Ahí está el Señor!”.

Facilitar que los hijos se encuentren con el Señor, de manera personal, hará que luego Dios, que quiere tanto a vuestros hijos, pueda disponer de ellos. Unos formarán una familia, otros se harán sacerdotes, otras religiosas o se irán de misiones aun país lejano. Tal vez esos no sean “vuestros planes” cuando veis a vuestro hijo en la cuna, pero os aseguro que vuestro hijo os estará eternamente agradecido, el Señor os cuidará especialmente y vosotros seréis felices pues habréis visto a vuestros hijos elegir en la libertad que sólo el amor de Dios puede dar.

La Virgen y San José enseñarían al niño Dios. La Virgen y San José aprenderían del niño Dios. En el portal de Belén, o al pie de la cruz, María nos sigue diciendo lo mismo: “Haced lo que Él os diga.”