Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

Sal 50, 3-4. 5-6a 12-13. 14 y 17

san Pablo a los Romanos 5, 12-19

san Mateo 4, 1-11

“En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.” Comenzamos la cuaresma con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. No voy a fijarme en cada una de las tentaciones, hoy escucharéis magníficos sermones sobre ese tema, sólo vamos a centrarnos en el comienzo: el ser tentados. Parece mentira lo reacio que es el ser humano a admitir que es tentado. A pesar de repetir cada día en el Padrenuestro “no nos dejes caer en la tentación” a la hora de reconocer nuestra propia tentación negamos esa realidad. Lo achacamos a la debilidad, a nuestro carácter, al ambiente o la situación,…. cualquier cosa menos admitir que hemos caído en la tentación. ¿Qué tiene esto de interesante? Que si no reconocemos la tentación y que hemos caído en ella, no reconoceremos nuestro pecado, nos exculparemos, diremos que no ha sido culpa nuestra, que no hemos tenido otra opción. Es como el feo, no tiene la culpa de haber nacido feo, nadie se lo echaría en cara. Como negamos la tentación negamos también la posibilidad de haberla evitado, al igual que no puedo elegir si el día de hoy es soleado o lluvioso. Se acaba pensando que el pecado, no tal vez esos pecados que consideramos “gordos” y escandalosos, sino el pecado diario es inevitable. No podemos ser virtuosos porque “somos así.” En el fondo Eva no podía menos que morder la manzana (o el melón, lo que “seriese”), pues estaba justo en medio del jardín, como nuestras pasiones están tantas veces en medio de nuestra mente y de nuestro corazón.

Pero eso es un engaño. El cuerpo puede ser débil, deshacerse y apagarse poco a poco, pero la grandeza de espíritu existe y la Gracia de Dios actúa. “ En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.” En tanto en cuanto no reconozco la tentación soy incapaz de reconocer la fuerza de la Gracia. Si no soy capaz de escuchar con San Pablo: “Te basta mi gracia” entonces primero intentaré luchar contra mí mismo (no contra la tentación), y al final un buen psicólogo o un mal sacerdote nos convencerá de que tenemos que aceptarnos como somos, incluso querernos con nuestras debilidades, la tan cacareada “autoestima.” Lo malo es que la autoestima suele expulsar de nuestra ecuación el amor de Dios y lo sustituye por el amor propio, donde hacemos nuestras todas las tentaciones que consideramos “inevitables.” Lo hablaremos más extensamente en otros comentarios.

«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”» «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios.”»«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.”» Nunca contesta el Señor: “Me quiero como soy” ¡Qué poca psicología! Habrá que meditarlo.

Ante la tentación, recurramos a la Virgen, ella nos enseñará lo que nos estima Dios, mucho más que lo que nos queremos nosotros.