Miqueas 7,14-15.18-20

Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12

san Lucas 15,1-3.11-32

“ El padre les repartió los bienes. (…) su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. (…) el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” (…) su padre salió e intentaba persuadirlo (…) El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”” He querido poner seguidos los textos de esta parábola del hijo pródigo seguidos. Tal vez deberíamos empezar a llamarla “Parábola del Padre Misericordioso.” Tenemos la maníá´´de centrarlo todo en nosotros mismos, pero Jesús no está justificando a los publicanos y a los fariseos, está contándonos como es Dios, incluso con los pecadores. Creo que la parábola no trata tanto de que nos situemos como hijo pródigo o el que se queda en casa, se trata de que descubramos la bondad de nuestro Padre Dios y entonces ni queramos marcharnos de casa, si nos hemos ido estemos deseando emprender el camino de vuelta y, si estamos en casa, no nos comportemos como inquilinos, como los adolescentes inconscientes que se creen que la casa de sus padres es una pensión.

Lo que pone en marcha al hijo pródigo no son las algarrobas exclusivamente, es recordar la bondad de su padre hasta con los que estaban en su propia situación -de jornaleros-, en casa de su padre. Lo que pondrá en marcha nuestra conversión no será´´nuestro deseo de ser mejores, ni un intento de tranquilizar nuestra conciencia, será el conocer, o reconocer, la misericordia, la bondad y el cariño que Dios nos tiene. Por eso nos hace falta la oración, la confesión, la Eucaristía y la Iglesia: ahí reconocemos quién es Dios.

Nuestra Madre la Virgen nunca salió de la casa del Padre de la Misericordia. No había nada fuera que pudiese llamar su atención fuera del amor de Dios. Por eso conociendo a María conocemos a Dios.