Oseas 6,1-6
Sal 50, 3-4. 18-19. 20-21ab
san Lucas 18, 9-14
De rodillas, y en tiempo de Cuaresma, sólo una oración puede hacerse, y esa oración es la que repetía, una y otra vez, el publicano de la parábola: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
¿Quién de nosotros se levantará ante Dios, en este tiempo, reclamando el justo pago por sus virtudes? La Iglesia entera, en estos días, debería ser toda ella un enorme golpe de pecho; los confesonarios deberían llenarse de publicanos contritos.
Quien, como el fariseo de la parábola, ora puesto en pie y resalta ante Dios sus virtudes, después de orar se marcha y mira desde arriba a los pecadores: “Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora”. Pero quien ora de rodillas, quien sabe impetrar humildemente el perdón haciendo penitencia, obtiene la justificación y se convierte a la misericordia. ¡Qué sencillo es, entonces, amar a quienes son pecadores como nosotros! Ante los pecados ajenos, fácilmente acude al alma el pensamiento de los propios y no es difícil repetir en el corazón: “¡Si yo soy peor! Entre pecadores, ya se sabe, es mejor que nos perdonemos y nos tratemos bien, porque, al fin y al cabo, compartimos la misma suerte y estamos necesitados los unos de los otros. Ya que nos ha hecho hermanos el pecado, vivamos como hermanos y quizá acabemos hermanados por la misma gracia, hechos todos hijos de Dios”.
¡Madre Santa, ablanda nuestras rodillas, tan rígidas, para que sepan caer al suelo y pedir perdón hasta que de allí nos levanten, en una mañana de Luz, los brazos gloriosos de Jesús resucitado.