Hechos de los apóstoles 8, lb-8

Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a 

san Juan 6, 35-40

“Yo soy el pan de vida”… Finísima pero radical fue la distinción con que Jesús quiso bruñir el corazón de aquellos hombres. Tras la multiplicación de los panes, se arremolinaron en torno a Cristo porque habían comido hasta saciarse. Es lógico; todo el que da pan convoca multitudes. Existen políticos que convocan a más gente aún, ofreciendo más dinero para el bolsillo, e incluso la felicidad… Lógicamente, Nuestro Señor Jesucristo tenía que distanciarse de los “comerciantes” de deseos nunca realizados, y lo hizo de un modo exquisito: “Yo no soy uno que da pan, no os confundáis”… “Yo soy el pan de vida”.

A uno que da pan se le dan las gracias. Si no das las gracias a quien te da pan, eres un ingrato y un aprovechado. Si Nuestro Señor Jesucristo fuera “uno que da pan”; si por cada Padrenuestro recibiésemos seis euros; si cada vez que pidiésemos algo en la oración lo obtuviésemos al instante; si cada parado que se convirtiese pasara a ser director de la General Motors; si por cada velita que encendiésemos en la iglesia obtuviésemos un deseo (”¡Venga, venga, ponle una velita a San Pancracio, cierra los ojos y pide un deseo!”)… Entonces Jesús tendría miles de millones de discípulos por todo el mundo. Cristo sería muy popular si fuese “uno que da pan”.

“Yo soy el pan de vida”… Mientras que a uno que da pan se le dan las gracias, a uno que es pan… ¡A uno que es pan se lo comen! ¿Alguna vez le has dado las gracias al pan antes de comértelo? Nunca pensaste en hacerlo, ¿verdad? Mi abuela, sin embargo, besaba el pan antes de llevárselo a la boca. Te diré más: observa con qué mansedumbre se comporta el pan. Lo masticas y no grita; si lo escupes, no se queja; si lo desprecias y lo dejas en la mesa, no reclama tu atención; si lo tiras a la basura, no te maldice. Así es Jesús: lo masticamos en el Monte Calvario con las crueles dentelladas de nuestros pecados, y no gritó; si le escupes en el Rostro con tus infidelidades, no se queja; si lo desprecias y lo apartas de tu vida, no hace ruido para reclamar tu atención; si alguien comulga en pecado mortal e introduce el Cuerpo de Cristo en el hogar de los demonios, Jesús se deja ofender… He aquí la razón por la que Jesús tiene tan pocos discípulos: si Cristo fuera “uno que da pan”, todo el mundo se acercaría a Él… Pero, si Él es el “pan de vida”… ¿Quién querrá acercarse a recibir la vida de un Crucificado que al resucitar ha conservado las llagas para que el hombre sepa con quién comulga? Cuando te acerques a recibir la Sagrada Comunión, no te conformes con comerte a besos al Amor de tu vida; deja que Él te coma a ti también, y conviértete en pan para Cristo y para tus hermanos. Abre los brazos, regala tu vida sin reservas, y no te quejes si te comen: sé Hijo de María. Sé, tú también, Eucaristía.