Hechos de los apóstoles 9, 1-20
Sal 116, 1. 2
san Juan 6, 52-59
Cuando en una ocasión le pregunté a un sacerdote, qué podía hacer ante la situación de un amigo que pasaba una depresión, de esas que llamamos “de caballo”, me contestó escuetamente: “estar ahí”. Y es que no es extraño observar con qué facilidad nos evadimos ante el sufrimiento o la necesidad de otros. Huimos como si se tratara de la “peste”. Decimos que ya tenemos bastantes problemas, como para complicarnos la vida en asuntos “que ni nos van, ni nos vienen”. La pregunta es: ¿Cuáles son, verdaderamente, nuestros problemas?
Ananías, que parece ser el “actor secundario” del relato de la conversión de san Pablo, responde sin vacilar ante la llamada de Jesús: “Aquí estoy, Señor”. Desde luego, no le haría ninguna gracia acudir a casa de Judas, en Damasco, para encontrarse con aquel Saulo que se dedicaba a “cazar” cristianos. Sin embargo, allá fue. ¡Qué importante es que Dios nos encuentre en el sitio donde debemos estar! Porque, hemos de reconocer, que muchos de nuestros problemas, de los que decimos que tenemos, son de la clase: “¿qué hace un tipo como tú, en un sitio como éste?”.
“El Señor Jesús (…) me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo”. También pueden pertenecer al gran capítulo de “bastantes problemas”, el que no veamos las cosas como nos gustaría que fueran. Quizás, hemos olvidado que las “escamas” que cubren nuestros ojos nos impiden ver la realidad. Pero, tal vez, eso de las “escamas”, no sea otra cosa que: recelos, sospechas, desconfianzas y suspicacias. ¿No eran éstos, precisamente, los sentimientos que tenía Saulo hacia aquellos que perseguía?… ¿Qué necesitaba nuestro “actor principal”?: De un “actor secundario” para que, mediante la imposición de las manos, recibiera el Espíritu Santo.
¿La moraleja?… Que nunca nos creamos los protagonistas de la película. Éste sí que es origen de muchos de nuestros problemas. ¿Hubiera sido mejor que la gente te hubiera aplaudido a ti que tenías el verdadero mérito? ¿Te gustaría que a la hora de ir a un sitio te dijeran que te sentaras en un lugar principal? ¿Te molesta que otro sea el centro de la reunión, en vez de ti que tienes más cultura y “salero”?… Aprende de Ananías: Nunca más aparecerá en el Nuevo Testamento, y, sin embargo, fue el instrumento, elegido por Dios, para que la conversión de san Pablo fuera completa. Si nuestra oración sólo consistiera en repetir, una y otra vez: ¡Aquí estoy Señor! (en la cocina de tu casa, al levantarte por las mañanas sin gana alguna, al entrar en la oficina sin que te saluden, al encontrarte con el vecino inoportuno, al ponerte a estudiar cuando te entra el sueño…), sería una oración que daría muchos más frutos de los que podríamos imaginar.
“El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.” Gracias a los sacramentos (de manera especial la Eucaristía y la Confesión), y a la oración, tenemos los medios, más que suficientes, para “no tirar la toalla”. Precisamente, el trato con Dios nos hace situarnos muy en nuestro sitio (en el que espera encontrarnos), y así responder con prontitud a cualquiera de sus llamadas.
¡Por cierto!, ese amigo de la “depre”, tiene también muy buenos amigos que lo cuidan (a veces lo miman demasiado), y, sobre todo, “están ahí” cuando es necesario. Gracias.