Hechos de los apóstoles 20, 28-38

Sal 67, 29-30. 33-35a. 35b y 36c

san Juan 17, 11b-19

 “«Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos.” Así se dirige Pablo a los presbíteros de Éfeso, y siguen siendo actuales. A los católicos debe unirnos la misma pasión por el Evangelio, y por el hombre de hoy. Desde luego prefiero la radicalidad, sin faltar el cariño, que la pasividad o la comodidad. Pero no dejo de notar, no sólo entre los sacerdotes,  que las diferencias se convierten en parapetos que nos impiden buscar la verdad y nos encierran en nuestra opinión.

 “ No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.” Parece que a veces se ha perdido la pasión por la verdad. Existe respeto, tolerancia o como quiera llamarse, pero ahí está ausente el cariño. La verdad no puede guardarse para uno mismo, tiende a comunicarse. A veces habrá encontronazos, pequeños distanciamientos, pero cuando hay autenticidad de vida se busca la verdad y, desde ella, se llega a la unidad que, como tantas veces he dicho, no es uniformidad. En la Iglesia, para pastores y fieles, hay que pedir la pasión por la verdad. Al cristiano no le asusta confrontar su vida con el mundo ni con eso que algunos escriben con mayúsculas: la ciencia; pues Dios no se contradice. Ante el auténtico conocimiento, deseable para el progreso del mundo, no tenemos nada que ocultar pues la verdad sale a la luz. Ojalá, por muy distintos que seamos, tengamos pasión por la verdad, por conocerla y comunicarla.

 La Virgen María aceptó la Verdad en su seno por obra del Espíritu Santo. Pidámosle a ese mismo Espíritu un auténtico amor a la Verdad.