I Reyes 21, 1-16

Sal 5, 2-3. 5-6. 7  

san Mateo 5, 38-42

 Para quien preste atención, el efecto que consiguen las dos lecturas de hoy, leídas una detrás de la otra, es un tanto paradójica: primero contemplamos el asesinato frío y cruel de un pobre hombre, Nabot, a manos de una mujer altiva y pérfida -Jezabel- y de un rey ambicioso y mediocre -Ajab-… Cuando finaliza el relato, una voz se rebela en lo más profundo de nosotros mismos y clama venganza. Entonces da comienzo la lectura del evangelio, como una respuesta a ese grito que ha nacido en nuestros corazones: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. Son palabras duras en sí mismas; pero, escuchadas tras el relato de la muerte de Nabot, constituyen toda una provocación y no podemos aceptarlas. ¿Acaso vamos a asistir impasibles a la victoria del mal?

 Hemos elaborado ya una respuesta a estas palabras del evangelio, como hemos hecho siempre con todas sus “recomendaciones molestas”. Nos gusta decir: “buenos, sí; pero no tontos”… “Hermanos, sí; pero no «primos»”. Estoy tan cansado de escuchar estos tópicos al uso, y tan convencido de que son un antídoto contra el evangelio, que un día terminaré por gritar: “¡Pues sí! ¡«Primos» y tontos nos quiere Dios!”. No lo grito porque no es verdad: Dios no quiere tontos ni “primos”. Pero menos aún quiere una nueva Jezabel que manipule su Palabra para obrar a su antojo. Porque, amparados en el “buenos sí, pero no tontos”, devolvemos los golpes, empleamos tretas sucias, devoramos a nuestros hermanos y tomamos prestadas las armas del Príncipe de las Tinieblas para “arreglar” el mundo… Lo peor es que lo hacemos pensando que Dios nos da la razón.

Entre la indignación ante el relato de la muerte de Nabot y la rebeldía ante las palabras del Señor, hemos olvidado el salmo que une ambas lecturas: “Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio”… La respuesta cristiana ante la injusticia no es la impasibilidad de un muerto, pero tampoco las sucias artimañas de un “vivo”. La respuesta cristiana ante la injusticia es la oración, y esa oración debe hacerse tanto en favor propio como en favor de quien comete la ofensa: éste es el motivo por el que nuestro Cardenal nos pidió, hace varios meses, que oremos a diario en las parroquias por el fin del terrorismo y la conversión de los verdugos.

Después, cuanto se pueda hacer empleando las armas de la luz debe hacerse. Pero nadie se llame a engaño: cuando hay maldad de por medio, en la mayor parte de los casos el cristiano está indefenso y debe abrazarse a la Cruz como lo hizo el Señor. Ese “buenos sí, pero no tontos” que ha llevado a muchos a combatir al mal con sus propias armas es una puñalada en el corazón del Evangelio, y no debe aceptarlo jamás un discípulo de Cristo.

A cualquiera que persista en el “buenos sí, pero no tontos” le invito a que suba al Calvario y se lo diga a la Santísima Virgen… ¡A ver si puede!