Oseas 8, 4-7. 11. 13

Sal 113B, 3-4. 5-6. 7ab-8. 9-10

San Mateo 9, 32-38

 “En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: -«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios. »” Jesús no se suele detener demasiado, a veces nada, a discutir sobre su persona. Sigue yendo a pueblos y aldeas pues la gente estaba extenuada y abandonada como ovejas sin pastor. No creo que estén ahora los tiempos para dedicarnos a perder el tiempo en vanas discusiones intraeclesiales mientras tanta gente se aleja de Dios pues no llega a conocerlo. Pero a mucha gente le gusta seguir en discusiones vanas y vacías. Incluso desde fuera de la Iglesia se alienta a que los cristianos discutamos entre nosotros, y así no anunciemos el Evangelio. Están felices de tanto clericalismo.

 “Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él. ¿Cuándo lograréis la inocencia?” Ojalá volviésemos a la inocencia. ¡Cuántas almas sencillas han acercado tantas almas a Dios!. Personas anónimas en sus familias, religiosas en el silencio de su convento, sacerdotes en parroquias perdidas. Pero ahora, el ídolo de la opinión pública, hace que en seguida nos pidan la opinión, seamos populares y, se nos olvide trabajar por el Evangelio. Los que tienen que dar su opinión sobre todo “siembran viento y cosechan tempestades,” nada y vacío para que avance el Reino de Dios.

 Vamos a dejarnos de discusiones y vamos a volver a salir a la calle, a hacer entrar a Dios en nuestras familias, entre nuestros amigos, en nuestras parroquias. El mundo necesita a Jesucristo y los dones del Espíritu Santo; no podemos negárselo.

 La Virgen no discute: se fija en las necesidades de sus hijos y nos dice: “Haced lo que Él os diga,” sin meterse en mas charcos.