Isaías 6, 1 -8

Sal 92, lab. 1c-2. 5  

san Mateo 10, 24-33

“Hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la sensatez y prestando atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios.” Para aceptar la Palabra del Señor hay que escuchar. Si no escuchamos entonces es el mismo hombre el que se trivializa. San Benito, que ayer celebrábamos, patrón de Europa, se retiró -unos cuantos años-, a escuchar y adquirió prudencia, inteligencia y sensatez. Ahora tenemos tantas ganas de hablar y tan pocas de escuchar que seguramente la mayoría de las cosas que digamos serán tonterías. Podríamos intentar hoy tomar nota de cuántas cosas de las que decimos hoy son realmente importantes y cuántas cosas importantes escuchamos. Veremos que son muy pocas.

“En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: -«Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»” San Pedro y sus compañeros llevaban años escuchando al Señor, pero les faltaba el Espíritu Santo para hacer silencio y entender lo que oían. Ademas de escuchar hay que interiorizar. La Palabra de Dios es “tajante y eficaz” pero tiene que entrar hasta el tuétano, no podemos dar un respingo al primer pinchazo. Dios es exigente, pide fidelidad, pero nos da todos los medios para caminar siempre a su lado, escuchando su Palabra y haciéndola vida, pero para eso hay que dejar que cale hasta el fondo del alma. No podemos conformarnos con un pequeño “barniz” católico, si no nos dejamos que profundice en nosotros, hasta que podamos decir como María “hágase en mi según tu Palabra,” sin miedos y con toda confianza.