Miqueas 7, 14-15. 18-20

Sal 84, 2-4. 5-6. 7-8

san Mateo 12, 46-50

Algunos Padres señalan que María Magdalena mereció ver a Jesús resucitado por el gran amor que le profesaba. El Evangelio de hoy da una muestra de ello. Cuando los demás discípulos han desaparecido movidos por el temor ella corre al sepulcro cuando aún no ha amanecido. Su amor la hace apresurarse a pesar de que aún es de noche. Y cuando llega allí y ve que el sepulcro está vacío llora porque se han llevado a su Señor. Ella no podía imaginar la resurrección y se encuentra con el sepulcro vacío. Su desolación es enorme, pero no disminuye en nada el afecto. Por eso lo sigue llamando “Señor”.

Jesús la llama a ella por su nombre. Y es cuando ella lo reconoce. En un momento del Evangelio dice Jesús que el Buen Pastor conoce a sus ovejas y que estas reconocen su voz. María al oírse llamada por Jesús reconoce al Maestro. Hay certezas en la vida espiritual que nacen de sabernos tocados directamente por Jesucristo. Muchas veces, quizás la mayoría, no se refieran a cosas que debemos hacer sino más bien a confirmarnos en la fe o a enardecernos en el amor. El diálogo entre María Magdalena y Jesús toma la forma de la oración contemplativa cuando nos sabemos mirados por el Señor y nosotros sólo alcanzamos a balbucear su nombre. En el mismo sentido nos arrojamos a los pies de Jesús para estar con Él.

Jesús, ante ese gesto de María, la detiene. Ella ahora debe ir a comunicar a los Apóstoles que Jesús ha resucitado mientras que el Señor ha de subir a los cielos. H finalizado su misión en la tierra y su presencia ahora será de otra manera. Por eso le pide que no le toque aunque, al mismo tiempo le anuncia que su Dios (el Padre) también lo es nuestro. Por el misterio de su muerte y resurrección Jesús nos introduce en la familia de los hijos de Dios. Hay una nueva relación entre Jesús y sus discípulos y conviene que se conozca. Por eso el Señor envía a María Magdalena con el encargo de que anuncie su resurrección.

Ella cumple al momento con el encargo, iniciando una larga cadena de anuncios que llega hasta nosotros. Dice que ha visto al Señor y lo que este le ha comunicado. Anuncia a Jesús. Él es el único que salva y en Él se encuentran las respuestas a las preguntas de todo hombre.

María Magdalena quizás no tenía demasiada buena fama, según algunas tradiciones. En cualquier caso no era uno de los Doce. Pero el Señor la eligió a ella para que fuera la primera en verlo. Al pensar en su persona me acuerdo de muchas mujeres “insignificantes” a los ojos del mundo, de las que Dios se ha valido para anunciar buenas noticias a los hombres y recordarles su misericordia. Pero en todas ellas había un rasgo común, que es su tierno amor hacia el Señor. Un amor desinteresado hacia su persona que las convierte en confidentes de los tesoros de su misericordia.

Pidámosle al Señor que nos conceda amarlo con todo el corazón y que en nuestra vida no dejemos de buscar siempre su presencia deseando permanecer junto a Él.