san Pablo a los Gálatas 2, 19-20

Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11

san Juan 15, 1-8

 Celebramos hoy la fiesta de santa Brígida, una de las patronas de Europa. Oportunamente el evangelio nos habla de nuestra pertenencia a Jesucristo y de cómo Él es la única fuente de nuestra vida y la garantía de nuestra perseverancia. Pensando en Europa descubrimos el cumplimiento de la enseñanza de Jesús.

Europa, señalan los entendidos, no es un continente geográfico sino una realización cultural. En otras épocas recibió el nombre de Cistiandad porque, lo que unía a los distintos pueblos de nuestro continente era la fe cristiana. Esta tomo diferentes matices según las regiones pero en todas partes se mostró extremadamente vigorosa. Los estudiosos también señalan cómo el derecho, la economía, la ciencia, la literatura, la arquitectura… sufrieron notables desarrollos porque había una levadura nueva (la fe cristiana) que emulsionó la masa. Son muchos los aspectos que podrían señalarse sobre el influjo benigno y decisivo de la fe en la formación de nuestro continente y su cultura, pero debemos fijarnos en otro aspecto. Dios lo que transforma es las personas y, son estas, renovadas radicalmente por la gracia, las que se hacen capaces de obras nuevas.

El Evangelio de hoy es muy gráfico. Se trata de una de esas comparaciones que hace Jesús y que une teme estropearlas con su comentario. Jesús es la “verdadera vid”. En el Antiguo Testamento encontramos la imagen de la viña referida al pueblo de Israel. Esa viña es cuidada por Dios y se espera que de fruto. Por diferentes motivos la viña nunca acaba de ofrecer todo lo que se espera de ella. En esa situación Dios pone la vid verdadera en la historia. Esta es el mismo Hijo de Dios que se encarna. Pero no viene a demostrar que eso es posible dejando en ridículo a los hombres, sino que se planta en medio del mundo para que los hombres formemos parte de ella. Por eso dice que somos los sarmientos. Esa vid siempre va a dar frutos buenos, porque es el mismo Jesucristo.

Los sarmientos también podemos dar buenos frutos. Jesús nos capacita para ello al unirnos vitalmente consigo. El sarmiento recibe la vida de la vid y nosotros la tomamos directamente de Jesucristo. Pero es preciso permanecer unidos a Él. Porque sin el Señor toda la vitalidad se desvanece. Los santos se nos muestran como esos sarmientos ricos en frutos. Su fuerza les viene de la unión con el Señor. Ellos con su perseverancia han permitido que la gracia y la misericordia de Dios se manifieste en sus vidas y se irradie a su alrededor.

Santa Brígida fue reina, pero muchos otros santos han tenido misiones distintas. Eso prueba que no es el lugar que ocupamos ni la posición social la causa de nuestro influjo y del bien que podemos hacer sino nuestra pertenencia al Señor. Ahí está la raíz de todo. La vigorosa Europa hundía sus raíces en la fe cristiana. En la medida en que estas se van debilitando corre el riesgo de convertirse en sarmiento seco que ha de ser arrancado y arrojado al fuego. En su dificultad para hacer memoria de sí misma olvida de dónde le viene su grandeza. Lo vemos en tantas decisiones políticas o culturales. Nosotros, alentados por el ejemplo y la protección de santa Brígida le pedimos al Señor que nos una más íntimamente a Él para que podamos dar el fruto que se espera.