Comentario Pastoral

LA CRUZ DE CRISTO, SALVACIÓN DEL HOMBRE

El cuarto domingo de Cuaresma es el domingo “laetare», es decir, de la alegría. En medio del rigor penitencial y de la austeridad de la Cuaresma el cristiano vive la eucaristía dominical con un gozo sereno al saber que Dios le ama.

En este ambiente y con la perspectiva de la Pascua se nos presenta el tema de la cruz de Cristo y los grandes temas de la historia de la salvación: la infidelidad del antiguo pueblo de Israel y la fidelidad absoluta de Dios; el pecado del mundo y el amor infinito de Dios, que por su misericordia nos ha entregado al Hijo para que el mundo se salve por él.

El libro de las Crónicas nos recuerda que la infidelidad de los jefes de los sacerdotes y del pueblo israelita es la raíz de la desolación, de la injusticia y del destierro. Dios no responde sólo con el castigo sino con la esperanza del perdón, pues él no quiere la muerte, sino la vida y por eso no abandonará nunca a su pueblo.

El texto evangélico de hoy, que narra la parte conclusiva del coloquio nocturno de Jesús con Nicodemo, es clave definitiva para leer en profundidad el sentido del actuar de Dios en la historia y para comprender el fin último de la encarnación del Hijo del hombre, que es alzado en la cruz, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

¿Cuál es el motivo de la pasión y de la cruz de Cristo? Es el amor de Dios, que se ha mostrado atento a la suerte del mundo y de la humanidad pecadora hasta el punto de entregar a su propio Hijo unigénito a la muerte de cruz. El amor misericordioso de Dios tiene, pues, una finalidad salvífica.

La segunda parte del evangelio presenta el tema del «juicio». Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. La oferta de salvación es gracia, puro don de la riqueza del Padre y efusión de su bondad. El juicio es presentado por el evangelista San Juan bajo la categoría de la luz, que se acoge o rechaza. Los creyentes son los que aceptan la luz, la oferta de salvación de Dios que es Jesucristo. Los incrédulos son los que aman las tinieblas y obran el mal rechazando el don de Dios y auto excluyéndose de la salvación.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Crónicas 36, 14-16. 19-23 Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6
san Pablo a los Efesios 2, 4-10 san Juan 3, 14-21

Comprender la Palabra

La lectura del segundo Libro de las Crónicas pertenece a la época que transcurre entre la reforma religiosa de Josías (muerto el 609 a.C.) y la restauración nacional y religiosa de la vuelta del Exilio. La historia salvífica se define como el encuentro de un pueblo que no acierta a ser fiel y un Dios que no deja de serlo nunca. La grandeza de Dios en su pedagogía fue el intento repetido por llevar a su pueblo a la salvación. Este fragmento del libro de las Crónicas que leemos este cuarto Domingo cuaresmal, no puede ser más revelador de la situación a la que llegó Israel seis siglos después de su liberación de Egipto, tejidos por las dificultades de un pueblo para entender a su Dios que se comprometió con él en la Alianza del Sinaí, y que nunca recibió la contrapartida de la respuesta del hombre, necesaria para que se lograse su proyecto en él. Este texto sigue iluminando nuestra propia historia personal y eclesial. Seguimos en camino, seguimos en el empeño de Dios y seguimos contando con hombres envueltos en debilidades.

La carta a los Efesios tiene dos centros de interés sobresalientes: el misterio de la salvación y de la Iglesia (1-3), y una exhortación a la unidad y a una vida coherente con la fe (4-6). La lectura de hoy, que pertenece a la primera parte, afirma que la salvación por Cristo es totalmente gratuita y cuyo resultado es el derribo de todas las fronteras que dividen a los judíos de los gentiles haciendo un solo pueblo nuevo. El creyente está en este mundo y en camino. Debe implicarse en todo aquello que sea necesario para mejorar la situación humana, social, material y espiritual de sus hermanos. No puede eludir esta responsabilidad y compromiso. Solo no, pero con Dios hemos de poner manos en la obra en la construcción del reino en su etapa temporal, mientras esperamos su consumación.

La esperanza de la posesión final debe urgir al cristiano en medio del mundo a asumir con responsabilidad sus deberes. La huida en cualquier dirección está vedada para un verdadero discípulo de Jesucristo.

El texto evangélico joánico pone de manifiesto que con Jesús todo comienza de nuevo por el agua y el Espíritu. La posibilidad de este nuevo nacimiento se producirá cuando Cristo sea elevado sobre la tierra; y la causa activa es el amor de Dios enviando a su Hijo al mundo. El evangelista vuelve la mirada con insistencia a este mundo cuando habla del amor de Dios. El proyecto de Dios sobre el hombre es un proyecto liberador en todas sus dimensiones. Del don gratuito del amor de Dios revelado en su Hijo, el hombre sólo puede deducir la fiabilidad del proyecto divino. Puede vivir en total confianza y compromiso. Es necesario instistir en que la gratuidad no nos exime del compromiso, sino que lo exige y garantiza el resultado.

La sinceridad y credibilidad del proyecto de Dios para la vida encuentra su prueba definitiva en la revelación del amor de Dios en el Jesús, que vivió, asumió y se comprometió con la historia de los hombres. Es necesario subrayar estas realidades para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Lo necesitan con urgencia.

Ángel Fontcuberta

 

al ritmo de las celebraciones


El Padre Nuestro durante el tiempo de Cuaresma

La Ordenación General del Misal Romano permite que la monición previa al Padrenuestro que figura en el Misal, se sustituya durante la Cuaresma por una fórmula con clara referencia al perdón de los pecados. Repetir una monición subrayando la petición «perdona nuestras ofensas», afianzará en los fieles la necesidad que siempre (y no sólo en el tiempo cuaresmal) tiene el cristiano de pedir perdón por sus pecados. Esta insistencia hará a los fieles tomar conciencia de los propios pecados y del porqué el Señor nos mandó orar como nos lo sugiere una de las peticiones del Padrenuestro (la insistencia puede constituir una invitación a recurrir en estos días al sacramento del perdón).

La repetición de la misma monición puede incluso ayudar a valorar la importancia de la penitencia y el significado de la petición y, pedagógicamente, puede influir en que se vivifique
mejor la necesidad de la penitencia para el cristiano.

Durante este tiempo cuaresmal parece oportuno utilizar la siguiente monición para introducir el Padrenuestro: «Obedientes al mandato del Señor y fieles a su divina enseñanza, pidamos a Dios Padre, que perdone nuestras ofensas y nos limpie de nuestros pecados: Padre nuestro…»

 


Ángel Fontcuberta

Para la Semana

Lunes 16:
Is 65,17-21. Ya no se oirán gemidos ni llantos.

Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Jn 4,43-54. Anda, tu hijo está curado.
Martes 17:
Ez 47,1-9.12. Vi que manaba el agua del lado derecho del templo, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

Sal 45. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Jn 5,1-16. Al momento aquel hombre quedó sano.
Miércoles 18:
Is 49,8-15. Te he constituído alianza del pueblo, para restaurar el país.

Sal 144. El Señor es clemente y misericordioso.

Jn 5,17-30. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Jueves 19:
San José, esposo de la Virgen Maria. Solemnidad.

2 Sam 7,4-5a.12-14a. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Sal 88. Su linaje será perpetuo.

Rom 4,13.16-18.22. Apoyado en la esperanza,creyó contra toda esperanza.
Mt 1,16.18-21.24a. José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
Viernes 20:
Sab 2,1a.12-22. Lo condenaron a muerte ignominiosa.

Sal 33. El Señor está cerca de los atribulados.

Jn 7,1-2.10.25-30. Intentaban agarrarlo, pero todavía no había llegado su hora.
Sábado 21:
Jer 11,18-20. Yo, como cordero manso, llevado al matadero.

Sal 7. Señor, Dios mío, a ti me acojo.

Jn 7,40-53. ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?