En la escena que hoy meditamos del evangelio se nos manifiesta el poder de Cristo, que ha venido para liberar al hombre del dominio del mal. Sorprende la pregunta de los demonios: “¿has venido a atormentarnos antes de tiempo?”, en la pretensión de tener algún derecho sobre los hombres. Pero el hombre ha sido creado para la vida. Y Jesús quiere que vivamos plenamente. El Corazón de Cristo se conmueve ante cualquier hombre o mujer que esté aprisionada por el dolor, la enfermedad o el pecado. Todos los males que afligen al hombre, especialmente los espirituales, suscita su compasión.

En el Evangelio de hoy encontramos muchas enseñanzas para nosotros. Vemos por ejemplo que el Señor actúa de manera diferente ante los demonios y ante la gente del pueblo. A estos los expulsa para liberar a dos hombres; en cambio a los aldeanos les obedece. Ellos le piden que se marche de su territorio y Jesús no les fuerza. Los demonios habían entrado subrepticiamente en aquellas personas y habían tomado de lo que no era suyo. Jesús, en cambio, apela a nuestra libertad. Los habitantes de Gerasa habían visto un prodigio grande. Sin embargo debían decidir qué sentido darle. Estaba en su mano acoger la misericordia que se les ofrecía a través de aquel milagro o, por el contrario, rechazarlo. Eligieron que Jesús se fuera y así hizo el Señor.

Es fácil pensar que el motivo para rechazar al Señor fue la pérdida económica ocasionada por el despeñamiento de los cerdos. Así lo han interpretado muchos autores. Y, entonces, ya en otro nivel, se suscita la cuestión de ¿cuánto valía aquella piara? ¿No era mucho más valiosa la salud y la libertad de aquellos hombres? Si lo trasladamos a la vida de cada uno de nosotros podemos preguntarnos también si, a veces, no hemos antepuesto alguna cosa de valor material al bien infinitamente superior de la gracia. Ciertamente la pérdida económica de aquella piara de cerdos no debió de ser pequeña. También es cierto que, en ocasiones, las molestias exteriores o las contrariedades materiales pueden impedirnos percibir los bienes espirituales. Por ello, hemos de pedirle al Señor que nos ayude a descubrir lo verdaderamente valeroso y a saber pagar el precio por ello.

Seguramente, experimentar el poder de la gracia de Dios en nuestras vidas puede ir, en ocasiones en detrimento de nuestra economía (si somos capaces de vencer, con su ayuda, la codicia, o de ser generosos para ayudar a otros o en obras apostólicas); también puede perjudicar a nuestro deseo de fama (si respondiendo a su gracia devolvemos bien por mal, aceptamos una humillación o renunciamos a lo que no es justo en detrimento de lo que van a pensar de nosotros); y en muchos otros aspectos podemos experimentar, a los ojos del mundo, alguna pérdida. Sin embargo, infinitamente mayor es el don de su misericordia.

En nuestra oración de hoy podemos pedirle muchas cosas al Señor. Una puede ser saber reconocer los dones verdaderos y saber también preferirlos. La vida de la gracia es un gran regalo que el Señor nos hace y que hemos de saber agradecer y cuidar. Él no deja de ofrecernos su misericordia, pero no nos la impone. Que ayude a nuestra libertad para que siempre sepamos acogerla.