Desde la parroquia atendemos un hospital en el que suele estar ingresada gente mayor. De vez en cuando hay algún sacerdote, sobre todo religioso. Ahora está ingresado D. Eugenio, de 90 años de edad, prelado de honor de su Santidad, párroco jubilado de Madrid que puso en marcha una parroquia muy activa en una céntrica calle de nuestra ciudad. D. Eugenio ya casi no habla y conoce a medias, cuando le llevamos la Comunión cada día mueve los labios en el padrenuestro pero nunca hemos tenido una conversación. Le miro y veo a Cristo. También lo veo en los demás enfermos, pero en los sacerdotes de una manera peculiar. Ellos que han atendido a tantos enfermos y moribundos, que han llevado el consuelo de Dios a las familias y a los que sufren, que han sido casi hiperactivos para sacar adelante sus tareas, ahora están en una cama, casi sin movilidad, con pocas visitas y con la cabeza perdida parece una vida inútil. Pero cuando les preguntas (a gritos, que la sordera también hace sus efectos), si reza…, asiente con la cabeza. La cantidad de personas que pasarán por esa cabeza y ese corazón y desde el lecho llegarán a Cristo.

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada”. Parece que vivimos en un mundo en el que se premia la acción. Hartito estoy de escuchar hablar de sacerdotes que hacen un montón de cosas, pero no hablan de Cristo, desprecian a la Iglesia si no es a su manera y se comprometen mucho con el mundo y nada con Dios. Sacerdotes (y laicos), incapaces de arrodillarse o de guardar silencio. Es mil veces más fecunda la vida de D. Eugenio atado a su cama que todos sus idas y venidas. Hay tiempo para todo, pero Jesús tiene que estar en todo nuestro tiempo: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Si no se vive de la fe se acaba viviendo de palabras vacías. O nuestra vida se convierte siempre y en todo en una alabanza a Dios o estaremos perdiendo miserablemente el tiempo: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren”. Así es como se llega de verdad a los pobres, no con el Stop desahucios exclusivamente.

Cuando uno ve todos los días tantos cuerpos ajados por el tiempo, agotado por los años y ve a sacerdotes, religiosos, hombres y mujeres que apenas se pueden levantar de la cama o no pueden articular palabra, no puede uno menos que plantearse si yo llegaré a esa situación y, si llego, si estaré enamorado de Dios y de los hombres por Dios hasta el último aliento. Si no es así habré malgasto mi vida.

Que nuestra madre la Virgen bendiga a todos nuestros enfermos y a todos nosotros nos convenza de que o con Cristo o no queda nada.