Continuamos sobre la idea de ayer en las lecturas de hoy. Estamos demasiado acostumbrados a que nos den todo hecho en nuestras parroquias o comunidades: múltiples horarios de misas, catequistas para las horas y días que me vengan bien, que algunos mantengan la parroquia generosamente para que este a mi disposición, etc. Muchos cristianos siguen una religión de costumbre familiar o ambiental, realizando lo que toca en el momento: ahora bautizar al niño, luego la comunión, si puedo la Misa, etc. Siempre con derechos y necesidades y nunca con deberes o compromisos.

En los últimos tiempos, en la mayoría de los que se decían cristianos, se ha vivido en nuestra Iglesia de España de la inercia, de las rentas y de un cristianismo nada existencial y diluido en la masa. La mediocridad, la ignorancia de nuestra fe, la secularización ha ido poco a poco ganando terreno y empapando la vida de muchas personas, hasta dominarlas por completo en una apostasía silenciosa.

En el pasaje del evangelio de Lucas que hoy nos ofrece la liturgia, plantea que todo encuentro con el Señor suscita la respuesta de la fe que crea la división entre los hombres y las mujeres. Es tal la radicalidad de la respuesta que hay que dar, que no cabe la mediocridad y ningún término medio que la falsee en nuestra vida cristiana. Por ello, recibimos el fuego, que sabemos que se refiere al Espíritu Santo, que enciende nuestros corazones para que le sigamos como discípulos apasionados y fieles. El Espíritu que él nos ha enviado después de su bautismo de muerte y resurrección para perpetuar sus frutos en nosotros que Pablo dice hoy que nos llevan a la santidad y acaban en vida eterna. Pero, ¿se han encontrado con el Señor toda esta masa que se declaraba católica?

Lo que ha ocurrido en las últimas décadas en nuestra Iglesia de España, tenía que desembocar tarde o temprano en la situación actual. Esta claro que la mayoría no se habían encontrado nunca realmente con el Señor Vivo. Estamos en un tiempo de purificación para separar el trigo de la cizaña, lo auténtico de lo falso, los implicados activamente de los mediocres. Jesús con la afirmación chocante sobre la paz, quiere distanciarse de una falsa paz que era sólo tranquilidad no exigente, como la que se ha vivido entre nosotros, una falsa paz que no es la que él nos trae. El nos da la paz auténtica del Espíritu, presente en nosotros, en el mundo, que es exigente, que nos mueve a construir el reino, a dar testimonio en nuestra vida cotidiana y que no se conforma con algunos actos, o ritos, o simples costumbres cristianas, sino que busca la justicia y que nos impulsa a implicarnos en la misión, a madurar en la fe hasta la plenitud.

He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! ¿Arde en tí? ¿Sigue buscándole? No te pares.