¿Cómo negocio con los dones que el Señor me da? La parábola nos ayuda a entender que nuestra vida sólo se entiende en relación al Señor. El nos confía dones, tareas, misiones en su Iglesia. Lo importante es no perder de vista que el Señor se fía de nosotros y nos invita a trabajar con Él y colaborar en la construcción del Reino de Dios.
Por tanto lo primero que ha de nacer en nosotros es la gratitud al Señor que se fía de nosotros. San Pablo es el hombre de la confianza y curiosamente nos habla de ella escribiéndole a Timoteo en el mismo capítulo y mismo versículo en las dos cartas.
En la primera dice a aquel obispo querido: Doy gracias a Cristo Jesús Señor nuestro, que me dio fuerzas, se fio de mí poniéndome en el ministerio; a mí, que primero fui un blasfemo, y un perseguidor, y un insolente… (1Tim1, 12)
El la segunda, en cambio, nos habla de la confianza en la otra dirección: Se bien de quién me he fiado y estoy cierto que Él es poderoso para guardar mi depósito… (2Tim1, 12)
San Pablo se fía del Señor y le da gracias por fiarse de Él. Pues bien, lo que hacen los hombres de la parábola de hoy es precisamente lo contrario. No agradecen porque no se fían. En cambio el hombre noble que fue en busca del título de rey sí se fía de ellos y les encomienda un trabajo.
La confianza genera la gratitud mientras que la desconfianza la ingratitud. Y la ingratitud genera pereza y holgazanería.
¿Dónde pone el Señor la importancia en esta parábola? En lo pequeño hecho con fidelidad: Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia… ¡Ser fiel en lo pequeño! Soñamos muchas veces con ser santo a base de cosas extraordinarias y como nunca llegan se nos escapa la santidad. En cambio el Señor nos quiere santo en lo pequeño.
La clave está en no olvidar jamás que el Señor se fía de nosotros porque nos quiere. ¿Me fio yo de Él? Perdemos mucho tiempo lamentándonos por lo que no tenemos y en cambio se nos escapa el agradecer lo que sí tenemos.
San Ignacio de Loyola al final de sus Ejercicios invita al ejercitante a hacer una petición que puede ayudarnos a repetir hoy ante el Señor: Concédeme Señor conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad.
Que María, la mujer de la confianza, nos introduzca en su escuela del Fiat.