El marco del Evangelio de hoy está claro: Jesús mira a la multitud y la ve extenuada y abandonada, “como ovejas que no tienen pastor”. Si dirigimos nuestra mirada a la sociedad actual, con los ojos de Cristo, vemos lo mismo. Multitudes de personas cansadas y agobiadas, que no encuentran el sentido de su existencia y que, al no tener quien cuide de ellas y las oriente, son presa fácil de cualquier ideología o solución aparente. El mundo de hoy no ha cambiado respecto a hace dos mil años. El drama del corazón humano es el mismo. La mirada de Jesús no se dirige exclusivamente a las necesidades materiales: al hambre, la sed, la falta de cobijo o la precariedad económica. Jesús nos habla también de la necesidad más perentoria del hombre, la de encontrar alguien que le ayude a salvar su vida.
Tras esa mirada, que la Iglesia no deja de hacer en el mundo, el Señor dice: “Rogad al amo de la mies para que envíe trabajadores a su mies.” De la contemplación de la necesidad surge la oración. Jesús quiere que lo dirijamos todo al Padre, como ha hecho Él con su vida. De esa manera se evita el peligro del voluntarismo. La Iglesia no es el conjunto de las personas que se unen para resolver los problemas del mundo confiando en sus propias fuerzas; no es una ONG. Mira al mundo y ve sus carencias, pero entonces dirige su oración al Padre para que en su acción se cumpla ante todo la voluntad de Dios. En primer lugar porque los hombres son de Dios y es Él quien conoce mejor que nadie sus necesidades. En segundo lugar porque si nuestra acción apostólica no va precedida de la oración no es colaboración eficaz con los planes de Dios. Porque el núcleo del mensaje es este: “Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca.”
En ese contexto Jesús escoge a los doce Apóstoles. En el Evangelio de san Marcos se añade que lo hizo después de pasar la noche en oración. Jesús aplica el mismo método que enseña y nosotros hemos de ser fieles a él.
El mundo sigue necesitando de personas que les acerquen a Jesús, en quien la vida de todo hombre alcanza su cumplimiento. En esa tarea estamos implicados todos los cristianos. Todos los fieles, por el bautismo, participan del sacerdocio de Jesucristo. Dicho sacerdocio es distinto en su ser del ministerial. Es decir los ministros ordenados están configurados con Cristo de una forma especial, por eso pueden celebrar la Eucaristía y perdonar los pecados, a diferencia de los fieles laicos. Pero, todos los fieles tienen una misión sacerdotal. Ello los capacita para ofrecer a Dios sus tareas de cada día y también para interceder por los demás hombres. En el Evangelio de hoy se recuerda esto: todo cristiano, por el bautismo, puede y debe rezar por los demás hombres; pedir por ellos delante de Dios para que les sea anunciado el Evangelio y puedan conocer la salvación. Esa oración sincera conlleva la petición a Dios para que surjan vocaciones a la vida sacerdotal y así la plenitud de los dones de Dios, comunicada por los sacramentos, esté al alcance de todos los hombres. Una nueva dimensión del Adviento que nos lleva a vivir la espera del Señor en el deseo de que sea conocido por todos los hombres.