Cuando leemos los evangelios descubrimos que en muy pocas ocasiones Jesús habla directamente de sí mismo, de su identidad, tan solo una vez dice palabras autodeclarativas, lo hace en el interrogatorio con Pilato. En este pasaje aunque Jesús habla de forma indirecta acerca de su persona, deja claro que en Él se cumplen las promesas ya anunciadas en el antiguo testamento, en concreto en los profetas Isaías y Malaquías.

Juan envía a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús si era el que tenía que venir o debían esperar a otro. No le preguntan directamente si es el Mesías, pero en su pregunta queda implícita la duda por la identidad mesiánica de Jesús. Jesús responde acudiendo a los profetas: “Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Esto era lo que debía de ocurrir cuando llegara el final de los tiempos y el Reino de Dios se instaurara sobre la tierra. Jesús está indicando al responder así que esos tiempos mesiánicos ya han llegado, en su persona, por eso termina diciendo: “Y dichoso el que no se escandalice de mí”. Dichoso porque podrá reconocer que ha llegado la hora de la salvación, es tiempo del cumplimiento de las promesas.

Sabemos que no debemos esperar a otro, porque eres Tú Señor el que tenía que venir, y el que vino. Sabemos que tú viniste a nuestro mundo y te hiciste uno de nosotros, sabemos que llevaste tu amor hasta el extremo y te entregaste por nosotros. Regálanos descubrir cómo vienes en el presente, cómo actúas en el hoy de la historia, cómo intervienes en nuestras vidas. Te pedimos que aumentes nuestra fe para ver cómo los ciegos ven, los sordos oyen y los cojos andan. Prepara nuestro corazón para volverte a acoger en esta Navidad.

Ven Señor Jesús, te esperamos.