El mismo Hijo de Dios ha bajado a la tierra para enseñarnos a hablar con su Padre del cielo. Cada vez que lo pienso me conmuevo internamente. Jesús pone las palabras justas para que sepamos cómo expresar todo lo que nuestro corazón anhela y que no sabemos cómo decir. Ya en el Antiguo Testamento Dios había ido poniendo palabras en nuestra boca para que la oración de su pueblo fuera más acertada. La expresión más magnífica de ello la encontramos en los salmos.  A través de ellos Dios ponía sus palabras en nuestra boca para que fueran también las nuestras. La importancia de los salmos es tan grande que constituye el eje de la Liturgia de las Horas que configura la oración diaria de la Iglesia. Igualmente se leen cada día en la celebración de la Santa Misa. Lamentablemente muchas veces el salmo pasa desapercibido en medio de las lecturas. Pero es una oración que nos permite sintonizar con el corazón de Dios. Con todo el Padrenuestro es muy grande.

La oración del Padrenuestro nos es prescrita por el mismo Jesucristo: “vosotros rezad así”. Y opone Jesús la oración que brota de su corazón, y que expresa el diálogo íntimo que mantiene con su Padre, a la mucha palabrería que usamos en nuestras oraciones. Para nosotros, en cualquier circunstancia, es una suerte poder refugiarnos en las palabras del mismo señor e incluir en ellas lo que le queremos decir. San Agustín señalaba que toda petición verdadera podía incluirse en las siete que encontramos en la oración dominical.

La oración del Señor tiene además otra característica. Si Jesús nos enseña a rezar llamando a Dios “Padre”, es porque a través suyo llegamos a ser verdaderamente hijos de Dios. Las peticiones del Padrenuestro se realizan de forma perfecta en su persona. Él es quien conoce al que habita en los cielos, porque viene de su lado; es quien santifica su nombre porque lo pronuncia con toda verdad, ya que es “Dios de Dios”; Él mismo es quien confiesa que “su alimento es cumplir la voluntad del Padre” y quien se nos ofrece como alimento para que nosotros podamos avanzar en su seguimiento; es quien, en la tierra, realiza sin fisuras el dictamen del Padre eterno; es a través de quien Dios nos reconcilia consigo y hace que seamos perdonados al tiempo que Él nos perdona los pecados; es quien no cae nunca en la tentación y en quien nosotros podemos vencerlas todas; y es quien, siendo totalmente santo, permanece fuera de las posibilidades del Maligno y lo vence para liberarnos a nosotros de sus ataduras.

Por eso cuando rezamos como Jesús nos enseña, y lo hacemos con verdadera fe y a través suyo, nos abrimos también a la posibilidad de la gracia de que todo lo que ha acontecido en su persona se realice también en nosotros. Se trata, sin duda, de una gran puerta que se nos abre para nuestra relación con Dios. Porque no sólo expresa esta oración lo que de verdad necesitamos, sino que dilata el deseo de nuestro corazón para que sepamos todo lo que podemos esperar. Por eso, cuando repetimos las palabras que Jesús nos ha enseñado lo hacemos unidos al amor de su corazón, uniendo al préstamo de sus palabras el afecto con que las pronunció.